París. DPA
Erótica, sexy y lasciva: una imagen que todavía hoy mantiene a Brigitte Bardot como un mito.
B.B., como entró en la historia del cine la que fuera una lolita de labios carnosos, se convirtió en una de las más famosas actrices de Francia gracias a su aparición en ‘Y Dios creó a la mujer’.
Pero antes de comenzar a envejecer en pantalla, Bardot dejó la actuación cuando rondaba los 40 años. Lo que siguió después se refiere a otra imagen, la de una mujer amargada que en sus memorias se define como alguien que “desprecia a los seres humanos y la sociedad”.
Bardot, que el próximo lunes 28 de septiembre cumplirá 75 años, pertenece a las estrellas cinematográficas cuyo mito está íntimamente ligado a su destino. “Regalé mi juventud y mi belleza a los hombres. Mi sabiduría y mi experiencia las consagro a los animales”, dijo la actriz, que desde hace décadas vive retirada en la villa La Madrague.
Su casa, la misma sobre la que llovieron miles de rosas lanzadas desde un helicóptero por el millonario Gunter Sachs, con quien estuvo brevemente casada, se ha convertido ahora en una Asociación para el rescate de animales de todo el mundo.
El ícono sexual, con cuyos labios soñó toda una generación de hombres, se despidió del mundo del cine porque estaba cansada de ser famosa.
En el punto máximo de su carrera, en 1973, se despidió de la pantalla con las siguientes palabras: “Odio a las personas. Encuentro mi equilibrio en la naturaleza, en la compañía de los animales”.
Pero su amor a los animales se ha traducido también en discursos llenos de odio.
Ha llegado a comparar el Aid, el Kebir o pascua musulmana con los atentados del 11 de septiembre de 2001 y ha descrito el sacrificio ritual como un “desenfreno islámico”.
Durante los últimos años, Bardot ha tenido que comparecer ante los tribunales por sus declaraciones ofensivas en contra de los homosexuales, la izquierda francesa, los inmigrantes ilegales y los sin techo.
Sus observaciones racistas dañan la imagen de su fundación. Antes de convertirse en la vampiresa de toda una generación, la chica algo regordeta y con aspecto de muñeca sufrió complejos de inferioridad.
Su padre, un rico ingeniero y propietario de una fábrica, llegó a compararla con un pato.