El 29 de marzo de 1993, el Austro vivió su peor tragedia. 20 millones de metros cúbicos de tierra del cerro Tamuga, en La Josefina (Paute-Azuay), se deslizaron y represaron los ríos Paute y Jadán.
El informe de la Defensa Civil, que evaluó los daños, estableció que 35 personas murieron, 6 420 fueron afectadas de forma directa. 716 casas, dos canales de riego, ocho puentes, 40 kilómetros de vías y 1 800 hectáreas agrícolas y empresas agroindustriales quedaron totalmente destruidas.
Desde el día de la tragedia, hubo alertas sobre una actividad que se ejercía sin ningún control por las mineras legal e ilegalmente asentadas en la zona. Pero también sobre el peligro latente que embarga a la zona. A esta zona sensible regresaron varias mineras a seguir extrayendo el material pétreo, poniendo en peligro las importantes obras de emergencia realizadas tras el deslave: puentes, umbrales, casas, muros…
Pese a las posteriores intervenciones controladas del cerro Tamuga por parte de entidades públicas aún no se puede hablar de una estabilización total del cerro y de los aledaños como el Misquillacu. Varios técnicos sostienen que la falla geológica mantiene en riesgo latente a la zona.
Los medios de comunicación locales, nacionales y del exterior contaron cómo a la mayoría de perjudicados se les construyó nuevas casas, recuperaron sus suelos agrícolas y se involucraron en emprendimientos productivos para reactivar la economía de sus familias.
El testimonio de aquellos días
Francisco Toral Amoroso. Ingeniero civil y ex director del Copoe (Cuenca)
‘Por la prensa se conoció el caso en el mundo’
Redacción Cuenca
Lo ocurrido la noche del 29 de marzo de 1993 fue la tragedia más grande en el Austro. Las primeras noticias del deslizamiento de tierra del cerro Tamuga, sector La Josefina, en el río Paute, se difundieron a través de las radios.
Creí que era un derrumbe grande, pero no de la magnitud que se dio (20 millones de metros cúbicos de tierra). Tampoco me imaginé que había muertos. Esa catástrofe transformaría la geografía de esta zona.
Cuando iba a Gualaceo veía la explotación minera sin control, las deformaciones de la vía y la descompensación del cerro. Era una alerta, pero pocos se daban cuenta porque no vivimos una tragedia semejante.
Cuando los flash informativos eran más frecuentes me asusté. Un hacendado (Henry Eljuri) relataba que por el represamiento de los ríos Paute y Jadán, la cota era de 2 300 metros sobre el nivel del mar y que estaba por llegar a la fábrica de Rialto (cerca de Cuenca).
Como teníamos una propiedad con mi familia en Zhullín (Cañar), nos desplazamos dos días después para sacar los enseres de la casa. El agua cubría lentamente más extensiones. En Azuay llegó hasta Challuabamba y en Cañar, hasta Zhullín, justo hasta el patio de la casa de mi familia.
Lo más fuerte fue cuando se difundieron las estrategias del desfogue del dique, para evitar más pérdidas. El entonces presidente, Sixto Durán, llegó a Cuenca a constatar la magnitud e instaló su oficina de trabajo en la zona militar. La decisión tomada fue la más acertada, aunque varias personas decían que demoraron mucho para actuar (un mes).
Intervinieron técnicos de EE.UU.con experiencia en estos eventos, profesores universitarios, hidrólogos… que realizaron estudios minuciosos para conseguir un desfogue con las mínimas consecuencias.
Al final, el 1 de mayo se rompió el dique y ocurrió lo que no se quería: el desfogue salió con caudales de hasta 11 000 metros cúbicos de agua por segundo. Lo normal era 1 000.
El agua cubrió la mitad del cantón Paute y el barrio Don Bosco quedó sumergido en lodo. Grandes extensiones de cultivos quedaron bajo el agua, ante la mirada de hombres y mujeres que intentaban evitar una catástrofe mayor. Eso nos dejó una lección que no todos hemos aprendido: el desastre de la naturaleza por la voracidad de los mineros por extraer material
Si bien se creó un organismo que trabajó en remediar los daños (ex Copoe), faltó dejar sentadas las bases de un control estricto a la minería, mediante brigadas permanentes.
Los medios de comunicación (radio, prensa y televisión) fueron el canal fundamental para informar esa realidad. Fueron esenciales para organizar a la población que quedaba aguas abajo de La Josefina. Alertaba y daba las pautas para que la gente tome las precauciones.
Con el apoyo de los medios se evitaron mayores pérdidas de vidas. Al informar cómo lo hicieron también llamaron la atención del mundo. Por esa razón, logramos el apoyo económico internacional de la Comunidad Europea, que aportó con 11 millones de euros para las obras de remediación y mitigación: reconstrucción de viviendas, reactivación agrícola…
Sin la ayuda de los medios de comunicación, el drama en La Josefina no se hubiera difundido y la ayuda no hubiera llegado a tiempo a la zona.