Un grupo de madres realizó un plantón en los exteriores del plantel con carteles donde pedía “justicia para nuestros hijos”, el viernes pasado. Foto: Joffre Flores / EL COMERCIO
Su inocencia borraba a ratos el pesado ambiente de tensión. En medio de una estremecedora protesta, el pequeño de cabellera marrón y ojos color miel ideaba la forma de entretenerse. Subía y bajaba los pocos escalones de la entrada a su escuela, en el norte de Guayaquil, y se escabullía entre los carteles que reclamaban justicia para él y otros niños.
Héctor (nombre protegido) brincaba y corría bajo la mirada de su abuelo. “Ya no lo dejo solo; para estar tranquilo me quedo en la escuela hasta que sale. Es como si estuviera recibiendo clases con él”, contó el humilde hombre, mientras acomodaba la mochila el niño.
En ella, en medio de cuadernos y libros, guarda la denuncia que presentó en la Fiscalía la semana pasada. “Somos bien unidos y siempre conversamos, pero últimamente estaba más callado. Insistí mucho hasta que me contó todos los horrores que le hacían”.
Héctor, de 8 años, no fue el único que cambió su comportamiento. Igual que otros tres amigos de tercero de básica, dejó a un lado el fútbol y los cuadernos, bajó las calificaciones y cuando le mencionaban los nombres de ciertos maestros revivía una pesadilla.
Las alertas detectadas por los padres abrieron una investigación que ha causado conmoción. Los extraños síntomas ocultaban una serie de delitos sexuales, desde abuso hasta violación, presuntamente cometidos por cuatro maestros. Las estadísticas del Ministerio de Educación revelan que gran parte de los delitos sexuales denunciados entre 2014 y 2017 han sido perpetrados por docentes, son 450 casos.
Martín (nombre protegido) apretó muy fuerte de la mano a su mamá cuando vio al profesor que lo encerraba en el baño. Esa era la señal que acordaron para identificarlo cuando fue a la escuela, un día después de que lo confesó todo.
“No era así, tan agresivo, tan impulsivo… Las maestras se quejaban porque no copiaba la tarea, peleaba y le pegaba a otros niños. Luego supe que el cambio fue por las cosas horribles que le hicieron”, cuenta.
Martín es igual de ingenioso que Héctor para distraerse con lo que ve en las oficinas que visita con su madre en las últimas semanas. El niño de 7 años ha dejado su pupitre por asistir a entrevistas psicológicas, valoraciones médicas y audiencias. Aunque también se ha distanciado por temor; ahora le buscan otra escuela.
La mamá de este pequeño fue la primera en descubrir lo que ocurría y recuerda que pidió ayuda a la rectora y a otras maestras para sancionar al profesor que Martín señaló. “Les advertí que estaban tocando a los niños y no me oyeron. Más bien me pidieron que no haga un escándalo”.
La Fiscalía abrió un informe contra la rectora por fraude procesal y omisión. El Ministerio de Educación la separó del cargo y le abrió un sumario administrativo por negligencia, aunque hasta el viernes seguía en el plantel dando clases.
Martín no quiere volver a su aula. Ahora pasa más tiempo con sus abuelos en casa mientras su mamá recorre angustiada la Fiscalía y el estudio jurídico que le asesora, en busca de justicia. Es la justicia que delinea con los crayones de su hijo en carteles, para liderar los plantones que cada vez convocan a más padres indignados.
El viernes, 13 de octubre del 2017, esta madre soltera vio cuando la Policía detuvo al inspector Máximo M. M. y al profesor Eduardo B. S. Gritaba angustiada y estiraba las manos con desesperación como intentando atravesar la puerta de rejas de la escuela.
Otras madres del plantón se desmoronaron al reconocerlos. Contra ambos se formularon cargos por el delito de violación, durante una audiencia en la madrugada de ayer.
Bryan M. Z., profesor de educación física, fue detenido una semana antes y por las fotos que encontraron en su teléfono celular se indaga el delito de pornografía infantil. Y Xavier M. B., otro maestro señalado por los chicos, está prófugo y en la lista de los más buscados.
Todos trabajaban en la sección vespertina. Según los relatos de los alumnos, esperaban que entraran a los baños para acorralarlos.
Ariel (nombre protegido) le dijo a su papá que adentro ataban sus manos y los golpeaban en la cabeza. Después les bajaban los pantalones, tocaban sus partes íntimas, los fotografiaban, y los obligaban a beber orina. Al final les regalaban caramelos que los hacían desvariar. “No decían nada porque amenazaron con matarlos. Algunos niños cuentan que les enseñaban cuchillos para intimidarlos”, contó el padre, que empezó a sospechar cuando recibió el último reporte de notas de la escuela de Ariel.
El niño de 7 años disfrutaba de las clases de Ciencias Naturales y Matemáticas. “Su promedio no bajaba de 8. De repente sacaba 5 y menos, incluso en materias más fáciles… Sabía que algo no estaba bien”.
Los testimonios de los menores coinciden en que fueron abusados en más de diez ocasiones. Cuando el abuelo de Héctor narra cómo los ataban con cordones de zapatos, el pequeño desliza ingenuamente sus manos hacia atrás. Su madre vive en España y aún no sabe nada; su padre murió en un accidente cuando era un bebé. Desde entonces su abuelo lo cría como si fuese su hijo y dice “vamos a salir adelante”.
En contexto
La Fiscalía del Guayas ha recogido más de 10 testimonios de niños que coinciden en señalar los abusos de los tres docentes y uno prófugo. El Ministro de Educación dijo que hubo omisiones y negligencia en las autoridades del plantel para atender los casos.