Olga Imbaquingo
Corresponsal en Nueva York
“El mundo está al revés y se le ha metido el diablo bajo la camisa y si no ¿cómo se explica la muerte de ese niño de solo nueve años?” comentó hoy Winifred Blaker mientras se lamentaba que se le congelaron los huesos del frío de tanto esperar el bus en pueblo de Hackensak, en New Jersey.
Si Blaker habría estado, una media hora antes en la iglesia Trinidad que está a dos cuadras de la parada del bus, tal vez no volvería a insistir en esa pregunta, “simplemente por que no hay respuesta humana para entender esta tragedia”, como lo dijo el sacerdote durante la homilía que dio el adiós final a Anthony Maldonado, hijo de padres ecuatorianos.
El niño, de sonrisa exultante en la foto que sus familiares pusieron en su ataúd cubierto de blanco, fue mortalmente apuñalado la madrugada del pasado sábado por Alejandro N., en uno de los departamentos del inmenso complejo de Morningside Heights, en Manhattan.
“No les queda más que abrazarse a la fe para superar este cruel arrebato”, les dijo el sacerdote no solo a los familiares, sino a sus compañeritos, profesores y padres de familia, la mayoría ecuatorianos, que acudieron a la misa.
La eucaristía a momentos fue en inglés, para que los recuerdos que el sacerdote tenía de Anthony se entiendan. “Era un niño que tenía el carisma de hacer amigos fácilmente. Nunca dejaba de reír y siempre me decía ‘hola padre’. Lo bautizamos aquí y aquí le decimos adiós a nuestro hermanito para que vaya a reunirse en el banquete del señor”.
Con los ojos visiblemente llorosos, las mamás abrazaban a sus hijos. “Suerte la que tenemos nosotros que aún los podemos acariciar, ella (Dolores Juela, la madre de Anthony) ya no lo tiene y me da mucha tristeza su sufrimiento. Pero esto nos debería llamar a la reflexión de con quién dejamos a nuestros hijos”, dijo a la salida de iglesia, Yolanda Naranjo, una habitante de Hackensack.
Fue un momento de plegarias y de solidaridad donde se hizo fila para ofrecerle la paz y aliento a la madre, visiblemente cansada y demacrada de tantas lágrimas. “Estamos hundidos y no sabemos cuándo vamos a levantarnos de esta tragedia”, volvió a insistir Santiago Roldán, uno de los familiares del niño.
Unas 120 personas acudieron a despedir el cuerpo de Anthony y la Policía llegó desde muy temprano para guiar la caravana motorizada que llevó el cuerpo del pequeño hasta la iglesia y de allí al cementerio.
“Hasta en el velorio que se realizó la noche anterior pude notar que un policía hizo fila para darle el sentido pésame a la madre”, contó Walter Sinche, de la Alianza Internacional Ecuatoriana.
La muerte del pequeño acaparó titulares de la prensa escrita y de la televisión, en inglés y en español, por ser un crimen sin sentido, que quizá se oculta en las entrañas de la esquizofrenia, una enfermedad mental que al presunto asesino de Anthony le fue diagnosticada en el 2002.
Ayer también volvieron algunos canales de televisión y la prensa del área de New Jersey a cerrar el capítulo de la corta vida de un niño que fue a pasar unos días al departamento donde vivía su tío Carlos Juela y donde encontró la muerte violenta jugando vídeos con su supuesto agresor.
A la salida de la iglesia, el dolor no miró géneros ni edades: hombres y mujeres sin miedo a las cámaras lloraban y Esperanza Pérez, quien prestó su privilegiada voz para los cánticos, se lamentaba de que “ahora hay dos madres que han perdido a sus hijos para siempre”.
La una es Dolores y la otra es Antonia N., su hijo está en la cárcel por ser el principal sospechoso de éste crimen y ésta vez, seguramente se quedará allí de por vida.