Redacción Negocios
En la tranquilidad de Yaruquí (noroccidente de Quito) y rodeados de flores, Nelson Andrade y su esposa Fabiola aún recuerdan cómo su jubilación se diluyó en la crisis bancaria de 1998.
Durante una hora volvieron a vivir esos fatídicos días en los que cayeron los bancos Popular, Previsora y Filanbanco. 11 años atrás fue una época en la que los intereses altos en sucres eran realmente una tentación. Llegaron a pagar hasta el 160% anual, cuenta Nelson.
Esos días coincidieron con la entrega del fondo de jubilación de ambos. Durante 32 años este ingeniero agrónomo trabajó con campesinos en la Central Ecuatoriana de Servicios Agrícolas (CESA). Fabiola, en cambio, dedicó 35 años a los estudiantes del Colegio Juan Montalvo.
Nelson colocó una parte de sus ahorros en el Banco Popular, aunque ahí se dio la primera pérdida, pues los 120 millones de sucres que habían depositado se licuaron y quedaron USD 4 000 por la devaluación. Esos recursos pudieron recuperar después de varios años.
El resto de sus ahorros lo cambiaron a dólares y los pusieron en la ‘offshore’ de La Previsora.
Cuando menos lo imaginaron, en diciembre de 1999, se dio la fusión entre La Previsora y Filanbanco. Al principio todo parecía estar en orden, incluso recibían puntualmente los intereses. Pero meses más tarde, en julio de 2001, los problemas de Filanbanco derivaron en su cierre.
“El dolor era grande porque fue un dinero bien ganado, fruto de nuestro trabajo”, dice Fabiola. De poco más de USD 20 000 que tenían recibieron dos certificados de depósitos, de los cuales uno lograron vender a través del mismo banco. En ese tiempo, las entidades permitían que se paguen créditos con estos papeles.
Las personas que compraban pagaban un 30% menos, recuerda Nelson, pero eso significaba que los depositantes perdían. “Queríamos conseguir algo de efectivo, porque de lo contrario estábamos atados las manos”. Bajo este esquema vendieron un certificado de USD 10 000 con una pérdida de 4 000.
Fabiola explica que su idea era comenzar una nueva vida de jubilados, pero después de haber logrado un salario que les permitía vivir holgadamente pasaron a recibir USD 160 entre los dos.
Aún confiados en que les devolverían los USD 11 000 restantes juntaron lo que se salvó del Popular y lo que recuperaron del Filanbanco y compraron un terreno en Yaruquí, en USD 4 el metro, ahora está en 30. Su idea siempre fue construir una casita y comprar una camioneta.
“Nos sentíamos un poco seguros pese a la hecatombe porque nos dijeron que nos iban a devolver, así que adquirimos un crédito por el equivalente a los USD 11 000”, agregan. Han pasado 11 años y sus dineros han llegado como en “cuenta gotas”.
Hasta hace más de un año recibieron montos pequeños que suman unos USD 3 000, aunque sin intereses. Nelson ya no confía en los anuncios del Presidente de liquidar la banca hasta el 31. “No sé cuál es la ventaja de pasar las cuentas al Banco Central, lo ideal ¿no sería que liquiden a los clientes y ahí sí cierren?”.
Durante todos estos años llevan pagando unos USD 20 000, entre capital e intereses y recién en febrero de 2010 terminan. Su pensión conjunta, ahora es de 1 000, pero esto jamás reemplazará su ahorro de toda la vida.
Fabiola se toma un tiempo para hacer cuentas y concluye que entre la conversión de sucres a dólares, la venta del certificado y los intereses que paga hasta hoy perdieron USD 40 000. Su único consuelo es que cumplieron en parte su sueño de tener una casita donde recibir a sus cuatro hijos y sus nietos.