El déficit de la balanza de pagos de hoy también fue un problema en 1809

El movimiento del 10 de Agosto de 1809 buscaba que Quito recupere su importancia económica. Pero ya nuevos polos de desarrollo habían tomado la posta de la antigua Audiencia. Foto: Archivo/ EL COMERCIO

El movimiento del 10 de Agosto de 1809 buscaba que Quito recupere su importancia económica. Pero ya nuevos polos de desarrollo habían tomado la posta de la antigua Audiencia. Foto: Archivo/ EL COMERCIO

El movimiento del 10 de Agosto de 1809 buscaba que Quito recupere su importancia económica. Pero ya nuevos polos de desarrollo habían tomado la posta de la antigua Audiencia. Foto: Archivo/ EL COMERCIO

Para cuando tuvo lugar el 10 de Agosto de 1809, Quito llevaba ya más de 60 años de crisis y decadencia económica.

El presidente de la Real Audiencia de Quito de ese momento, José de Villalengua (citado por el padre José María Vargas en su libro ‘La economía política del Ecuador durante la época colonial’) describe así la situación de aquella época: “Se reconoce la miseria y pobreza de esta Provincia (...) donde no hay extracción de frutos, ni manufacturas y últimamente donde se va desconociendo el uso de la moneda, y se va introduciendo el cambio (trueque) por última prueba de su desdicha”.

En la última centuria de la Colonia, la economía de la Real Audiencia de Quito, que había sido moderna, manufacturera, dedicada a la producción textil (obrajes), pasó a ser arcaica, retrasada y centrada en el huasipungo, anota el economista Vicente Albornoz en el artículo “Del colapso de la industria textil en la época Colonial al aparecimiento del Concertaje”.

En este texto, publicado en el libro ‘Ensayos de historia económica’ (2010), el autor analiza los modelos económicos que existían en el país antes, durante y luego de la Independencia.

El historiador y catedrático de la Universidad Andina Simón Bolívar Carlos Landázuri explica que el principal factor que incidió en el estancamiento de la economía quiteña fue el colapso de los obrajes.

La producción de esta industria se enviaba básicamente a la zona minera de Potosí (hoy Bolivia). Pero la producción de este, que un día fuera el principal centro argentífero (plata), bajó desde inicios del siglo XVIII e impactó sensiblemente en la economía obrajera de Quito.

A esto se sumaron las reformas borbónicas que facilitaron la entrada de textiles europeos hacia América o la prohibición de importación de una serie de bienes de la Real Audiencia impuesta por el Virreinato de Lima, como respuesta a la medida proteccionista de Quito de prohibir la compra del aguardiente limeño, dice Albornoz.

El resultado -anota- fue que dos tercios de los obrajes cerraron y se dio en la economía quiteña el llamado problema de balanza de pagos (del que tanto se habla hoy en Ecuador).

El más ilustre pensador de esa época, Eugenio Espejo, también citado por Vargas, describía a este problema en los siguientes términos: “Siendo de muchas maneras, que sale el dinero quiteño; de ninguna es que le vuelve a entrar”.

Albornoz escribe que en esa época (como sucede ahora) Quito no podía crear moneda, por lo que dependía de las divisas que entraban (exportaciones textiles) y salían (pago de tributos a la Corona Española).

Los principales impuestos que se pagaban eran el “tributo de los indios”, alcabalas (lo que sería hoy el IVA), a los naipes (una de las pocas actividades de diversión de la época) y al papel sellado, dice Landázuri.

Al caer los obrajes, el dinero se volvió escaso y se instauró el trueque incluso en las relaciones laborales, lo que generalizó el huasipungo o concertaje. “Hay un trueque entre el dueño de la tierra que le da tierra al trabajador para que la use libremente y a cambio el trabajador le da un cierto número de días de trabajo al dueño de la tierra”, anota Albornoz.

Nuevos polos

Mientras la Sierra Centro Norte de Quito, que había sido la economía dominante, perdía su esplendor, otras zonas del país se constituían en nuevos polos de desarrollo.

Landázuri describe así a la zona costera, liderada por Guayaquil que, empezaba a exportar cacao; a la zona norte de Popayán, donde crecían lavaderos de oro y a la Sierra Sur que desarrolló un próspero comercio basado en la cascarilla.

“Quito perdió importancia tanto en lo económico como en lo político en el siglo XVIII. Uno de los propósitos iniciales de la revolución de 1809 fue recuperar esa importancia. No interesaba tanto librarnos de la Corona Española, sino tener autonomía respecto de Lima y de Bogotá”.

Tras la independencia y la fundación de la nueva República, se eliminaron las restricciones al comercio exterior que habían sido impuestas por la Corona Española. “La ruptura de las trabas coloniales significaba para el trópico la posibilidad de colocar el cacao en mercados exteriores”, según el texto ‘El proceso de dominación política en Ecuador’, de Agustín Cueva.

Esto fortaleció el eje de desarrollo costero y trajo nuevos aires a la economía de la incipiente República que pasó lentamente a basarse en una agricultura exportable, liderada por el cacao. “Se expandió el comercio exterior y el interno, lo que determinó la conformación de un importante sector financiero”, escribió Cueva.

El proceso económico tomó fuerza y para la segunda mitad del siglo XIX se crearon dos bancos en Guayaquil.

Lo que no cambió fue todo eso de que el trabajador agrícola era parte de una hacienda, que se impuso a finales de la Colonia. Eso marcó “muchísimo a la sociedad, se creó una relación totalmente paternalista entre el hacendado y el empleado que es casi propiedad del hacendado y que todavía persiste en la sociedad ecuatoriana”, aunque ya no sea el hacendado el que medie entre la autoridad y la persona, dice Albornoz.

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