Sabrina Duque. Desde Niterói
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Sandro Silveira, jefe de la División de Arquitectura del museo, explica que el volumen y la forma serpenteante de las pasarelas que llevan a las entradas fueron pensados para no interferir en el paisaje.
“Él estaba dentro del museo antes del existir el proyecto”, dice Silveira sobre Niemeyer, quien el primer día hizo el boceto del lugar, con trazos que no se perdieron al pasar al plano.
Hoy, nadie puede imaginar el museo con otra estructura. En la Universidad Federal Fluminense se hizo el ejercicio. Se planteó a un grupo de estudiantes de arquitectura cómo harían el proyecto y ninguno pensó en un cubo para instalar en ese terreno.
La construcción duró cinco años. Trabajaron 300 obreros en tres turnos. Se retiraron 5 500 toneladas de material en excavaciones y se consumieron
3 200 000 m² de concreto.
Es difícil encontrar líneas rectas en la construcción circular. Ni siquiera en el interior: hay pequeñas curvas en los muros de donde cuelgan varias obras.
Son tres pisos de construcción de cemento, acero y vidrio. En la reserva técnica, ubicada en el subsuelo, solo está el 10% del acervo del museo. En el subsuelo también quedan un restaurante, un auditorio y la central eléctrica, de máquinas y aire.
El mirador, con grandes ventanales de vidrio que miran al mar, no estaba considerado como área de exposición, pero también se aprovecha de esa manera. El área de exposiciones tiene 2 000 m² y el área total del edificio es de 4 000 m², añade el Jefe de la División de Arquitectura.
La pintura blanca de la obra con un detalle en un color básico -en este caso el rojo en el suelo de la pasarela de entrada- es una de las características de la última etapa de Niemeyer.