El centro es la joya de la arquitectura zarumeña, una mezcla de guayacán y roble. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Sus faroles destellan como oro al atardecer. Sus calles se tiñen de un amarillo metálico que fulgura entre la neblina que desciende de la cordillera Vizcaya, a 3 700 metros de altura.
Entre fines del siglo XIX y principios del XX, la esencia inca y cañari de Zaruma se amalgamó con la cultura de los conquistadores. Llegaron atraídos por su suelo, rico en minerales. Y fundaron esta villa por orden de Felipe II.
Se llevaron el oro para las arcas del Rey de España, pero también dejaron una herencia que resplandece como un tesoro sobre su zigzagueante fisonomía. Este cantón orense conserva 201 casas patrimoniales.
“La arquitectura es de estilo vernáculo, propio de la zona. Es un estilo que se fusiona con las culturas de quienes llegaron atraídos por el oro, como los españoles”, relata Lorena Carrión, jefa de la Unidad de Patrimonio y Cultura del Municipio de Zaruma, antes de asomarse por un delicado balcón. Desde ahí, el paisaje se tiñe de tejas envejecidas.
Cada elemento tomó forma en las manos de los carpinteros zarumeños. Estos madereros desarrollaron técnicas ancestrales y su huella quedó oculta entre las paredes de bahareque. Este tejido de caña, atado con bejucos, era revestido con barro y guano.
El antiguo Palacio Municipal es una muestra. Diego Armijos, jefe municipal de Turismo, relata que esta casona data de 1910 y ahora, en sus paredes, reposan fotografías en blanco y negro de la Zaruma de antaño, como la imagen del Santuario de la Virgen del Carmen.
“Es una verdadera joya arquitectónica del centro histórico. Fue construida entre 1912 y 1930 y es inspirada en el arquetipo de una iglesia francesa”, cuenta Armijos.
Una escalera curva conecta la iglesia con el exterior y en su fachada sobresale un reloj alemán, que desde 1929 ha marcado la hora de los zarumeños.
El tiempo pasa lentamente en los portales que huelen a café. Al paso, los vecinos invitan a sus casas. Luis Arias vive en una vivienda de 120 años. “Ese calor humano y el olor a madera es muy agradable”.
Para el historiador Gonzalo Rodríguez, lo valioso de la arquitectura de la ‘Sultana de El Oro’ es que se levantó con sus recursos. Sus escasos caminos de herradura y ríos caudalosos dificultaban llevar material de otros lados. “Entonces aquí surgió la ciudad de madera. El guayacán fue su base y el amarillo y roble dieron forma a las paredes, las fachadas, los balcones torneados…”.