Ximena Cuesta. Foto: María Isabel Valarezo/ EL COMERCIO
Introducción:
Es difícil pensar en una persona que demuestre en proporciones iguales dulzura y entereza. Ximena Cuesta es un ejemplo de esa rareza. Cuando nos encontramos, temprano por la mañana en una cafetería, verla fue una sorpresa: estaba linda, alegre, llena de vida. No era la imagen que esperaba de una mujer aquejada severamente por el cáncer. Su buen ánimo contrasta con la durísima prueba que está pasando, en la cual su madre -Blanca Chalco- es su puntal. Los médicos le han dado, en al menos dos ocasiones, pocos meses más de vida, pero Ximena los contradice y sigue aquí por sus dos hijas. Aquí su testimonio.
Testimonio:
A mí me encantaba cumplir años, porque había fiesta en mi condominio, en el colegio; tenía unas cinco fiestas de cumpleaños. Pero el día que cumplí 40 no quería que nadie se acordara de mí ni que me hicieran nada. Quiero olvidar los 40, por esta situación que estoy viviendo.
Yo me empecé a sentir mal en diciembre del 2012. De repente me vino una fatiga que no era normal y sentía un dolor intenso de columna que me impedía agacharme y volver a incorporarme. Yo soy profesora parvularia y por el dolor, que casi me paralizaba, ya no podía correr ni jugar con los niños. Entonces, fui al Patronato, me hicieron radiografías y me vieron nódulos en los pulmones. De ahí me mandaron al Seguro y me diagnosticaron cáncer (pulmonar con metástasis en los huesos). Eso fue en febrero del 2013.
Ahora recibo radioterapia para no sentir tanto dolor. Según los pronósticos de los doctores yo ya debí haberme muerto. Esto no es lo que te dicen; te pueden asegurar que te vas a morir mañana, pero yo tengo dos niñas (Ariel Melissa, de 15 años, y Brenda, de 11) y ellas son mi fortaleza. Yo he hablado con ellas y saben todo lo que pasa. Los doctores de oncología y el psiquiatra les han dicho que no tengan esperanzas porque voy a morir.
Ahora mis papás y yo velamos por ellas. ¿Mi exmarido? …Bien, gracias (se ríe resignada). Pero estoy tranquila porque mis hijas no necesitan de nadie. Ellas toman las decisiones que creen convenientes, según el caso. Son muy libres, como lo son los niños que fueron mis alumnos; el rector me reclamaba afectuosamente por estar educando vándalos, que saben y hacen lo que quieren. Mi orgullo es haber criado muy bien a mis hijas.
No me arrepiento de nada porque creo que he hecho lo que mi vida ha podido dar. Y lo único que me preocupa en este momento es que mi jubilación es baja y no puedo darles a mis hijas todo lo que quieren o que necesitan.
Antes tenía un montón de planes; como llevarles a mis hijas de viaje. Y sí les he llevado a la playa, que les encanta. Pero ahora mis planes ya no son a largo plazo, sino de cortísimo plazo, hasta la siguiente semana, por lo general. Planifico ir a una kermés de colegio o pienso que debo estar todavía para hacer esta entrevista… cosas así.
Yo quiero que mis hijas vean una mamá que no se da por vencida. Y que me vean fallecer, pero con pelo, con fuerza y sin dolor.