El uso del suelo en el Distrito Metropolitano de Quito se complica: los terrenos aptos para vivienda se terminan.
En los valles colindantes, la situación también es crítica: solo el 7% del suelo vacante sirve para vivienda. El resto tiene otras características, entre las que se incluyen las zonas de reserva y las de protección ecológica.
Estas cifras cobran más protagonismo por la tendencia de la capital a extenderse sin orden ni concierto hacia las periferias, que ya están a punto de la saturación.
Este crecimiento incontrolado no es patrimonio quiteño: las ciudades de los países emergentes tienden a crecer indefinidamente como una esponja, dejando huecos vacíos que son los terrenos desocupados y subocupados.
El resultado de este fenómeno es el despilfarro total. Despilfarro del suelo, de los recursos económicos municipales, de la infraestructura y hasta del tiempo útil de los habitantes, quienes utilizan -o gastan- ese precioso tiempo en movilizarse desde sus residencias hasta sus sitios de trabajo.
¿Existe algún remedio para ese mal? Las soluciones son de difícil pronóstico, más aún cuando gran parte de estos problemas es causada por la extensiva migración campo-ciudad, que no hace sino agravar las carencias con las invasiones y los barrios fantasmas.
Sin embargo, algo se puede hacer. La gran cantidad de terrenos baldíos y subocupados que hay en zonas urbanas totalmente consolidadas, como los barrios Larrea, América y La Mariscal puede servir para construir vivienda buena, bonita y barata.
Existen buenos ejemplos de esta apropiación: la casa Sodiro, el Portal de San Marcos, la ex-Cervecería Victoria… Solamente falta quien le ponga el cascabel al gato.