Patricia Castillo tuvo varias reuniones para buscar salidas a la violencia. En la foto, en la Embajada de EE.UU. en Quito. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
Patricia Castillo vive para alcanzar una meta que parece imposible, al menos en el corto o mediano plazo: erradicar la violencia de género. Pero la dificultad de la empresa que se impuso hace 37 años no le quita ni el buen humor ni la sonrisa. Tampoco la serenidad para tratar de no perder la perspectiva en el intento.
¿Solo los golpes, los gritos, una violación o un asesinato pueden ser considerados violencia de género?
Pues yo diría que no, porque hay que reconocer que la violencia empieza por palabras. El trabajo que hemos hecho y seguimos haciendo en los Estados Unidos empezó por reconocer el nivel de los golpes; y ahí se nos fue la oportunidad de empezar a trabajar en esto desde las palabras.
Comenzaron por lo más urgente.
Sí, lo más urgente, y no reconocimos que hay un patrón que se va a estableciendo poquito a poquito, con el tiempo, y que empieza con palabras.
Y puede terminar en golpes o en muerte.
Así es. Y para mí ahí fallamos. He trabajado en esto por 37 años y a veces siento que nunca vamos a alcanzar a hacer lo que queremos.
¿Cuáles son las formas de violencia más sutiles, tanto que ya ni las notamos?
Recientemente he estado platicando con jóvenes y ellos, por ejemplo, piensan que decirle un piropo a una mujer en la calle es algo bueno. Y asumen que las mujeres lo aprecian. Pero en realidad nadie les ha invitado a que lo hagan y a lo mejor no es algo que esas mujeres buscan, esperan o necesitan, ¿verdad? Pero ellos asumen que pueden hablarnos de esa manera y que nosotras tenemos que responder de manera positiva.
¿El ‘mansplaining’ (hábito masculino de explicar cosas a las mujeres, incluso si ellas dominan el tema, y usando por lo general un tono condescendiente) es una forma de violencia?
Sí, es una forma de violencia, y de no poder aceptar que a lo mejor están equivocados. Esos escenarios también se pueden volver muy desagradables. Se crea un ambiente en el que siempre tienes que andar alerta porque una agresión te puede caer de cualquier lado. Por qué tenemos que siempre andar vigilantes. Eso nos cansa, nos desgasta. No es justo.
¿Por qué tantos le temen o se fastidian ante el concepto ‘género’?
Porque es una palabra asociada con el feminismo o con el análisis de poder, y nadie quiere que eso sea cuestionado.
No quieren perder su sitio de privilegio, ¿cierto?
Claro, y es que nadie quiere tener que explicar por qué tiene esos privilegios; nomás quieren que todo el mundo lo acepte. Que nadie cuestione nada, porque calladita te ves más bonita, ¿verdad?
¿Se llama violencia de géneros solo la del hombre hacia la mujer o también lo es aquella entre mujeres, o de mujeres hacia hombres?
No sé cómo responder a esta pregunta… porque siempre se tiene que reconocer cuál es el grupo que tiene más poder (esa es la clave). Sí, es cierto que hay mujeres agresoras con su pareja, pero en la sociedad la mujer no tiene los mismos privilegios de los hombres. Eso también se tiene que reconocer. Y si esas mujeres están violando la ley deben ser juzgadas por medio de esa ley, pero no lo veo como violencia de género.
¿Hay un rebrote de violencia y ensañamiento contra la mujer en estos últimos años o es solo que ahora se sabe más porque se denuncia más?
Las mujeres ahora denuncian mucho más, están aprendiendo sus derechos, están luchando por la creación de políticas públicas. Se quejan cuando son abusadas en el trabajo. Ya no lo vamos a tolerar, ya no queremos vivir así. Para mí eso es muy poderoso.
Es decir que este es el fruto de décadas de trabajo con las mujeres.
Sí, de un trabajo de educación, que es la herramienta más poderosa que hemos tenido para cambiar esto.
Y ha funcionado más para que las mujeres denuncien que para que los hombres dejen de atacar.
Así es. Pero estamos viendo muchos más hombres empezando a trabajar con hombres, a educarlos y decirles: “Oye, compadre, así no se vale; lo que hiciste está mal y te voy a explicar por qué. Es que no quiero verte encarcelado. Fíjate el ejemplo que les estás dando a tus hijos”. En los Estados Unidos lo estamos haciendo también porque estamos perdiendo a los hombres en el sistema carcelario. Tenemos que hacer algo porque ya no queremos mandar más de nuestros hijos, hermanos, compadres, cuñados… a la cárcel.
¿Qué le diría al político chileno Henry Boys que asegura que las manifestaciones ‘Niunamenos’ son una fachada para el regreso del marxismo?
(se ríe mucho) ¿Para el regreso del marxismo? Ay, Dios mío… Le diría que se salga de su burbuja y que vaya a conocer la vida cotidiana de todas las mujeres que están viviendo estas cosas horribles. Estamos hartas y ya no hay retorno. No nos vamos a dejar. Las jóvenes son muy luchadoras. Yo ya voy llegando a los 60 y veo a las jóvenes y me da mucho ánimo y ganas de seguir en la lucha para apoyarlas a ellas. No me parece muy bien ese análisis (el de Boys), y creo que es solo para aterrorizar a la gente y tratar de cambiar el enfoque de los movimientos.
¿Qué gestos y actitudes cotidianas podemos cambiar todos para construir sociedades sin este tipo de violencia?
Debemos parar de pegarles a nuestros hijos. Para mí ahí es donde empieza todo esto; en criar a nuestros hijos a golpes. Así es como se aprende, desde la niñez, el abuso de poder. Eso es lo que los adultos hacen hacia otros adultos luego.
Aunque no sea solo con golpes, sino con palabras también, ¿no?
Se puede hacer mucho daño también con palabras, con abuso psicológico, con abuso emocional. Si se da constantemente durante el crecimiento, esos son los niños que crecen para ser agresores y ser víctimas. Si no paramos, vamos a seguir fallando.
¿Cuáles son las señales que como mujeres debemos identificar como indicios de una potencial agresión de género, en relaciones de pareja y laborales?
Tenemos un instinto maravilloso que nos guía, pero la sociedad nos dice que no le hagamos caso. Yo digo que tenemos que hacerle caso, porque ese instinto nos protege. Sabemos cuándo la forma en la que nos dieron unas instrucciones no estuvo bien; o que las palabras que escogieron para hablarnos no estuvieron bien. Muchas veces nos decimos que a lo mejor nos estamos comportando un poquito histéricas, ¿verdad? Y que estamos haciendo una tormenta en un vaso de agua. Pero la agresión empieza con palabras, con cosas chiquitas como algunas ironías.
¿Podría recomendar a los hombres que lean esta entrevista alguna actitud o gesto que puedan aportar para la construcción de una sociedad sin violencia de género y más igualitaria?
Lo que estamos haciendo allá con los hombres es invitarlos a sanar sus heridas. Por ejemplo, lo que estamos viendo es que muchos hombres han sido víctimas de violación sexual de niños y nunca lo sacan ni lo platican; nunca se dan el permiso de reconocer el daño que se les hizo y viven con eso. Luego para sobrevivir a esas experiencias acuden al alcohol, a la violencia, al juego, a la pornografía, a las infidelidades… todo para sentirse mejor y nada funciona. Porque lo que de veras tienen que tratar son esas heridas. Quisiera invitarlos a que por favor reconozcan si han vivido cosas penosas, dolorosas, que los dejaron traumados, y que busquen apoyo, consejería profesional; que no tengan vergüenza. Si no sanan eso es más probable que reproduzcan la violencia, tratando de sentir que son hombres con poder. Y están equivocados. Solo demuestran lo débiles e inseguros que son.
Patricia Castillo
San Antonio, Texas, 1958. Es experta en violencia de género y trabaja con la Alianza Nacional Latina para la Eliminación de la Violencia Doméstica. En 1990, cofundó P.E.A.C.E. (Putting and End to Abuse through Community Efforts), una coalición de 48 organizaciones, así como el programa F.A.C.T. (Family Asistance CrisisTeams).