Pedro Bermeo, Andrés Ruiz, María José Herrera, Ana Lucía y María Gabriela Zapata, de la Asociación Animalista Libera. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
La palabra es activismo y no militancia. El principio rector es distinto. El activismo es estar el día entero dedicado a los postulados que se proponen y tratar de llevarlos adelante hasta las últimas consecuencias, en la vida pública y en la vida privada. Y ese es el caso de la Asociación Animalista Libera. Son jóvenes. Veganos. No comer nada proveniente de un animal: leche, mantequilla o queso, por ejemplo, requiere, necesariamente, una posición política. Y por eso buscan incidir en las áreas de decisión. Por ejemplo: formaron parte de la redacción de la Ley Orgánica de Bienestar Animal, LOBA.
Pedro Bermeo, María José Herrera, María Gabriela Zapata, Ana Lucía Zapata y Andrés Ruiz son parte de esta organización. Llegan al mirador de Guápulo, detrás del Hotel Quito. Es como su lugar en la ciudad. Allí buscan abrir un restaurante en la pequeña ágora de piedra que está casi oculta. Quieren que tenga calidad gourmet. “Los restaurantes veganos en Quito son fundamentalmente de menú ejecutivo”, dice Ana Lucía.
Faltan 30 minutos para que bajen a la iglesia de Guápulo en la tarde del 10 de diciembre. Van allí porque hay un taller con el Municipio y los vecinos. Lanzan su propuesta. Quieren convertir el mirador en un espacio triple para que se divulgue su ideario. Además del restaurante, el proyecto integra un centro cultural inclusivo y el parque de los animales. Quieren que un espacio sea reservado para las mascotas –“no se trata de quitar este espacio a los seres humanos”, aclara Bermeo- para que puedan desarrollar su comportamiento natural, una de las cinco libertades del bienestar animal en la LOBA. En Quito solo hay dos parques para ello: el Itchimbía y el Metropolitano.
El vegano no deja de ser mirado como un ser de una radicalidad extraña. Ellos lo saben y lo aceptan. Tienen que explicar, por ejemplo, que ellos también se indigestan ante la pregunta de las personas que buscan esa sensación de comer carne hasta saturarse.
Es algo que sintieron ya en sus hogares cuando renunciaron, como una decisión individual, a ser carnívoros. “Y mis papás lo son a muerte”, dice Ruiz, que se está convirtiendo poco a poco en vegano. Por el momento, incluso, le cuesta ser vegetariano en casa. En su familia no es fácil que entiendan un plato de comida sin un pedazo de carne. “Desde que estoy en el grupo, empiezo a dar mi punto de vista y si bien es difícil que mis padres dejen de comer carne, poco a poco están dando un giro”.
Estos jóvenes saben que reman en contra de una cultura carnívora arraigada. Y por eso prefieren hablar de un “veganismo amigable”. De hecho, el caso de Ruiz es la muestra de que en la Asociación ni siquiera exigen ese requisito para ser uno de sus integrantes.
No están a favor de las corridas de toros, por ejemplo. No podrían estarlo, pero no pueden ser parte de manifestaciones que pudieran conllevar algún tipo de violencia. Lo que quieren es llevar adelante esas políticas públicas que impulsan, pero sin generar rechazo de otros sectores sociales.
Lo que les importa es que se empiece a instaurar un consumo consciente y que se sepa de dónde proviene lo que se está usando. Porque su lucha no es solamente por una alimentación más sana y que no se deba recurrir a la muerte del animal. Van más allá: están en contra de un sistema de producción al que ven como perverso y creen que las personas merecen y deben saber cómo se fabricó lo que consumen. “Hablamos de comernos la selva, de consumir mucha agua para una vaca que luego alimentará a pocas personas y eso va a ser imposible en un futuro cercano”, dice Bermeo.
Lo mismo ocurre con otros productos, como los de higiene, que se testean en animales. Por eso, cuando van al mercado, se fijan si hay la imagen de un animal. Si la tiene, quiere decir que es un producto vegano y lo pueden comprar.El comportamiento de un consumidor responsable es algo que permitirá enlazar lo que consideran los tres derechos fundamentales: los humanos, los animales y los de la naturaleza.
María José Herrera se hizo vegana luego de una experiencia que califica como traumática. Estudiante de veterinaria, debió ir al Camal Metropolitano, donde vio cómo maltrataban a los animales. Volvió a casa con la decisión de no apoyar como persona ni como profesional el consumo de animales. Su familia poco a poco la entendió. Y los resultados están a la vista. Sus padres han asumido su dieta y han bajado los niveles de colesterol que los aquejaban.