Pisulí se creó como una invasión y aunque, poco a poco, el asentamiento se fue formalizando 32 años después de la fundación del barrio aún hay necesidades básicas de infraestructura. Así lo identificó Un Techo para mi País, por lo que la organización llegó hace aproximadamente seis meses para trabajar junto a la comunidad en el desarrollo.
Maruja Pucha es una de las beneficiarias de la acción de Techo. Hasta hace unos seis meses vivía en una casa de infraestructura frágil, pues su situación económica no le permitía invertir en una construcción digna. Ahora habita en la casa que construyó en un fin de semana junto con su familia y los voluntarios de Techo.
En el 2015, la organización ha llegado a ocho comunidades en diferentes provincias del Ecuador y ha construido un total de 131 casas. Este es el primer vínculo que Techo tiene con las personas. El objetivo es mejorar el estilo de vida de las personas que habitan en viviendas que tengan peligro de colapso, en las que exista hacinamiento o en las que la infraestructura no sea favorable. Sin embargo, su meta principal es el desarrollo comunitario.
Una vez establecido el vínculo con los barrios o localidades, se realizan mesas de trabajo junto a los líderes, para determinar las necesidades que pueden resolver conjuntamente. Por ejemplo, en Cutuglagua, uno de los problemas era la falta de acceso a salud. Aunque esta es un área fuera del campo de acción de Techo, buscan organizaciones que se puedan sumar.
En este caso, se hizo una alianza con la Universidad San Francisco de Quito para hacer jornadas de salud. Ahora están tratando de gestionar un programa de tuberías para aguas residuales. Por otro lado, en Guayaquil, el fin de semana pasado hicieron una construcción de baños secos. El objetivo es que la comunidad se una, hable de sus necesidades y sea protagonista de los cambios.
Pero esto es posible también gracias a unos 5 500 voluntarios que se movilizaron en este año para ser parte de Techo. Este número les mereció el Premio Rumiñahui, otorgado por la revista Ekos. La fundación atrae principalmente a jóvenes entre 1 7 y 30 años. Las convocatorias previas a las actividades se realizan en las universidades y en redes sociales.
Junior Chuquimarca ha sido voluntario desde hace dos años y medio. Estudia Medicina, pero cuando tiene fines de semana o feriados con poca carga académica se une al trabajo de Techo. En este tiempo ha visitado unas 10 comunidades, entre ellas Guamote, Montecristi, Bahía y Cutuglagua. La conexión que ha establecido con otros voluntarios y con los beneficiarios le motivan a seguir siendo parte de Techo.
Las colectas y la venta de productos para recaudar fondos son otras actividades que realizan los voluntarios. Para diciembre, por ejemplo, la fundación creó una campaña de marketing social. El objetivo es crear conciencia sobre la pobreza extrema y levantar fondos a través de la venta de unas casitas hechas de la madera restante de las construcciones.
Las casitas serán vendidas en bazares navideños en Quito, Guayaquil y Cuenca. Hoy tienen un puesto en el bazar de Guápulo y en el Rock del Lago de Guayaquil. También hay la opción de hacer pedidos personalizados con los logos de empresas.