Un cuento que nunca se acaba

Como ya es costumbre en nuestra sociedad, los desastres naturales como inundaciones, sismos, erupciones o similares siempre, o casi siempre, nos cogen desprevenidos. Y sin ningún plan de contingencia elaborado con anticipación.

La actual actividad volcánica del Cotopaxi es otra muestra más de esas malas prácticas ambientales y urbanas que, ojalá Dios no lo quiera, pudiera convertirse en una tragedia nacional.

Una de ellas es, por ejemplo, la pésima utilización del suelo. El valle de Los Chillos y la cuenca del río Cutuchi son ejemplos más que fehacientes.

En Los Chillos existen urbanizaciones y barrios enteros (Selva Alegre, La Florida, Playa Chica, por nombrar tres) que están asentadas en las riberas de los ríos Santa Clara y Pita. Es más, hay conjuntos privados de alta gama que -por estar casi al borde de los cauces- se inundan apenas los caudales crecen por causa de los aguaceros severos. Es posible colegir qué puede pasar con estos sitios con el flujo de los lahares.

En Latacunga, la cosa no es muy diferente. Las urbanizaciones Campo Verde y Bellavista son muestras de esa extrema vulnerabilidad por estar demasiado cerca del río.

Lo incomprensible es que esos emprendimientos, según las normativas y las ordenanzas arquitectónicas y urbanísticas, nunca debieron haberse levantado en esos sitios. Y, asimismo, los permisos o licencias de construcción nunca se debieron conceder.

La coyuntura actual obliga a replantear todas esas políticas de suelos por parte de quienes las manejan y organizan, en este caso los municipios. También se impone un cambio radical en la conciencia ciudadana, para que la seguridad comunitaria sea la principal premisa y tarea.

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