Byron Santi muestra parte de la cultura de esta comunidad kichwa en Puyo. Foto: Modesto Moresta/EL COMERCIO
Cruzando el río Puyo está la comunidad Sacha Huasi (Casa de la Selva, en español). En este pequeño asentamiento kichwa, 20 familias trabajan, desde hace cinco años, en un proyecto de turismo comunitario, su fuente de ingresos.
A este centro poblado se llega dirigiéndose hasta el kilómetro 18 de la vía a Macas. En su estrecho territorio ofrece paisajes multicolores rodeados de cascadas, ríos, cabañas y rutas ecológicas.
Byron Santi es uno de los cinco guías nativos de la comunidad, quienes ofrecen a los visitantes caminatas por los senderos naturales, que incluyen explicaciones sobre las plantas medicinales, esta última actividad está a cargo de Luis Tagua, uno de los sabios de la comuna.
En el centro poblado funciona el centro artesanal donde ofrecen collares, brazaletes, aretes y anillos elaborados por las mujeres del pueblo. También, hay dos cabañas para el hospedaje de los turistas.
“Regularmente recibimos a grupos de cinco personas a la semana. Nos reunimos con los guías para que les lleven a los sitios turísticos, mientras las mujeres se encargan de preparar el maito de carachama o de tilapia. El pescado es envuelto en hoja de bijao y asado al carbón. Este es el plato tradicional de la Amazonía”, dice Santi.
Es domingo, y varios turistas que arribaron de Cuenca, Colombia, Quito y Guayaquil buscan aventura, conocer la danza, la cultura y los rituales con la ayahuasca (bebida alucinógena) que la usan los sabios para tomar decisiones en las comunidades. “Los espíritus nos dicen lo que debemos hacer para con nuestro pueblo, y hacemos una demostración de estos saberes”, dice Tagua.
Los turistas caminaron por un sendero estrecho. Les tomó cinco minutos y terminaron en la casa de Rosario Vargas, una de las matronas del asentamiento kichwa. La mujer de contextura delgada honró a Luis Murillo y a otros visitantes ofreciéndoles pilches llenos de un líquido blanco que realza el sabor de la yuca.
La bebida fermentada durante tres días refresca y alimenta. Cuenta que su elaboración es una actividad de las mujeres. Cada semana, al menos dos veces, se reúnen para preparar la bebida.
Vargas, de 65 años, nativa del sector, explica que la preparación se inicia con la cosecha de la yuca, luego se pela y cocina. Cuando está suave comienza a majarle e inicia las mezclas. Finalmente, es ofrecida a los turistas como una bienvenida.
Las warmis (mujeres), vestidas con sus trajes nativos, sorprenden a los turistas con un baile autóctono. Con el sonido del tambor inician los movimientos. Llevan en sus manos lanzas o cerbatanas. Luego los invitan a bailar al son de los instrumentos musicales.
“Nuestro baile representa la alegría y un tributo a la naturaleza (la madre selva), como agradecimiento a los frutos y los alimentos que da a sus hijos”, explica Tagua.
Este ritual tarda 30 minutos. Luego muestran las cerbatanas que aún se usan para la cacería de animales; son elaboradas con madera de chonta. El día termina con una visita a la Cascada Hola Vida. A esta se arriba luego de caminar 30 minutos selva adentro.