Los tsáchilas cuentan sus costumbres en la selva

En el río Chigüilpe se practica la pesca empleando una red artesanal.

En el río Chigüilpe se practica la pesca empleando una red artesanal.

En el río Chigüilpe se practica la pesca empleando una red artesanal. Foto: Juan Carlos Pérez / EL COMERCIO

En los afluentes que rodean las comunas tsáchilas quedan pocos trechos de agua para la supervivencia de especies. Los nativos de esta etnia de Santo Domingo de los Tsáchilas se sirven de esos espacios poco contaminados para enseñar a los turistas cómo sus antepasados recorrían los ríos en busca de productos para su alimentación.

El propósito es rescatar esa antigua destreza que muy poco practican las nuevas generaciones que viven en las siete comunas de la nacionalidad.  La jornada para la búsqueda de alimentos empieza a las 06:00. Una pequeña embarcación conformada por cuatro troncos sujetos por dos cañas guadúas, en forma horizontal, es la herramienta que sirve para la navegación.

El tsáchila Abraham Calazacón lo hace alrededor de las orillas. Primero sale en busca de los peces que va a capturar y para eso es necesario tener una buena visión. En eso, los tsáchilas se consideran expertos. Cuando Calazacón está seguro de haber visto un cardumen, lanza una red que pronto debe extraer para recoger la mayor cantidad de peces.

Toda la pesca obtenida en la jornada la lleva dentro de un canasto artesanal que va en la embarcación junto con la lanza de chonta y la red. Mientras pesca, Calazacón cuenta a los turistas que llegan a la comuna Chigüilpe, que para los antepasados esta era una actividad cotidiana y muy importante.

Dice que una jornada de pesca se podía extender todo el día porque los caminos para ir a los ríos eran demasiados boscosos y llenos de obstáculos. Al llegar al afluente, la jornada empezaba con la construcción de la balsa y las demás herramientas para la pesca y, luego, para la caza. No solo se iba en busca de peces, sino también de plátano y frutos, que colgaban de los árboles cuyas ramificaciones se extendían hacia las riberas.

Para obtenerlas era necesario utilizar la lanza de chonta con la cual se hacía una suerte de tiro al blanco, con tal de desmontar el producto con la mayor precisión posible. Los tsáchilas rescatan estas destrezas en exhibiciones que realizan a lo largo del río Chigüilpe que se encuentra a 10 minutos de la comuna que lleva ese mismo nombre.

Estas prácticas son parte de los atractivos que este año los tsáchilas decidieron incluir en sus ofertas para los viajeros que acuden a esa comuna ubicada en el kilómetro 7 de la vía Santo Domingo- Quevedo. Este reducto se encuentra a unos 20 minutos de la ciudad.

El afluente es parte de lo que los nativos llaman la reserva protegida Uni Shu. Agustín Calazacón, uno de los guías nativos del lugar, cuenta que en las caminatas por los senderos se puede entrar en contacto con una variedad de árboles y plantas que incluso ayudan a prolongar el recorrido, si es que alguien siente cansancio.

Las hojas del arbusto denominado pingu es ideal para aliviar la fatiga de un turista que se sienta extenuado por el recorrido. Los tsáchilas también mastican estas hojas para recuperar energías.

Pero Calazacón evoca que sus ancestros la preparaban en forma de y era como un energizante natural para obtener fuerzas para sus jornadas, sobre todo cuando se iban de pesca o cacería.

Maira Aguavil, otra guía de la comuna, explica que por todas estas bondades los bosques son una fuente de plantas para la medicina alternativa. Ella cuenta las bondades que tiene cada árbol que encuentra en el recorrido. Uno de ellos es el pumbacara. A manera de bebida, dice, sirve para curar dolencias como problemas renales y urinarios.

A quienes se animan a una excursión por el bosque les llama la atención el olor de esta especie cuyas hojas también se pueden masticar. La travesía en la selva tsáchila dura alrededor de cinco horas y por eso al final los turistas no dudan en probar los alimentos que recolectan en el camino.

Ya en las comunas, el turista puede descansar en cabañas con diseños ancestrales. En algunas están las cocinas de los tsáchilas, conformadas por vasijas de barro sobre un fogón.

Augusta Calazacón sirve a los viajeros una porción de tilapia que se cocina envuelta en hojas de plátano. Asegura que, además de esta receta, hay otros platos ancestrales como el mayón, el lucupi, chiachano y el ayampaco que se preparan para el deleite de los visitantes, que quedan admirados por la forma de su preparación.

Durante esa práctica, José Aguavil cuenta que la costumbre para preparar los alimentos aún perdura en varias comunas, aunque afirma que actualmente es más difícil conseguir ciertos ingredientes para mantener la tradición.

Antes, cuenta Aguavil, el gusano mayón aparecía en abundancia en temporada de lluvias; y ahora ya no se lo encuentra fácilmente.

Suplementos digitales