Los tsáchilas se introducen en el bosque para recordar mitos y leyendas
Dos hombres de la etnia tsáchila recrean sus salidass, durante las cuales comparten fragmentos de su historia oral. Foto: Juan Carlos Pérez/EL COMERCIO
Los tsáchilas encuentran en sus bosques espacios que los inspiran a evocar los mitos y leyendas de su nacionalidad.
Esos relatos están relacionados con elementos de la naturaleza y es por eso que los árboles, los animales, las cascadas y los ríos se convierten en sus rincones preferidos.
Manuel Calazacón recurre a la selva para recordar la leyenda del muerto que regresó. Se trata de un tsáchila al que le negaron la mano de su prometida y que al recibir la noticia tuvo una decepción que lo llevó a refugiarse en el bosque.
Ahí permaneció un mes entero sin alimentarse, bajo las variaciones del clima y expuesto al acecho de animales salvajes. Después de unos días murió y nadie supo más del nativo. Solo hasta cuando su novia fue a la selva a recoger alimentos y lo volvió a ver tal y como era en persona.
La chica se aproximó a la ‘visión’ y enseguida tuvo contacto con el tsáchila. La situación paranormal la asustó y al retornar a casa se lo contó a su madre, quien para confirmar la versión fue al bosque donde se encontró con un escenario que no imaginaba, según la leyenda que cuenta Calazacón.
La madre observó que un espíritu tomaba la forma de un tigre que enseguida huyó del lugar con rumbo desconocido.
Los tsáchilas construyeron estas leyendas por medio de la tradición oral que, por años, se ha transmitido de generación en generación, asegura el gobernador de esta etnia, Javier Aguavil. Se trata de una de las pocas prácticas que no se pierden en esta comunidad, aunque Aguavil dice que es necesario tener una fuente documental para continuar registrándolas.
Otra leyenda muy popular en las siete comunas es la pelea de chamanes. El tsáchila Abraham Calazacón recuerda que sus abuelos le contaban que esa gresca fue para medir poderes.
En uno de esos rituales de la pelea le dieron a un chamán la ‘hierba olvidona’, que le hizo perder la conciencia. Ni por más que intentaron que recobrara su estado normal empleando un tabaco que tenía la forma de la cola de un mono, pudieron sacarlo del trance.
Calazacón dice que finalmente el chamán murió y desde ese episodio se regó por una comuna un maleficio que al poco tiempo exterminó con toda la población.