El tiempo se agotó. Winston Zambrano no pudo resistir más. Estuvo más de dos meses en el área de Cuidados Intensivos del Hospital Metropolitano, en Quito. Pero el miércoles murió a la espera de un trasplante hepático que no se dio.
Javier, uno de sus hijos escribió el lunes pasado en una carta: “Tiene apenas 55 años y a pesar de tener aún muchas cosas por vivir, ya no le queda tiempo… los médicos tratantes nos dijeron que el trasplante debe ser inmediato. Pero ese ángel que salvará la vida de nuestro padre aún no llega”. El donante que buscaban no apareció.
Zambrano padecía cirrosis (insuficiencia hepática crónica). Su estado de salud poco a poco se deterioró. El domingo la familia no pudo festejar el Día del Padre como acostumbraba. Ese día los médicos le dieron 48 horas de vida.
“No lo pudimos abrazar o besar, pero en todo momento oramos y pedimos una nueva oportunidad de vida para él”, narró Javier en su carta abierta, que esperó llegue al presidente Rafael Correa.
El viernes, la familia Zambrano despidió a Winston en su natal Manabí. Y aunque para ellos no se concretó su anhelo, otros lo ven realizado tras una larga espera.
Después de tres años de un tratamiento de hemodiálisis, el martes Ángela Alcívar, de 50 años, recibió una nueva vida. “He vuelto a nacer”, dijo cuando descansaba en la habitación 210 del Hospital Luis Vernaza, en Guayaquil. Ella recibió un trasplante renal.
Para las hemodiálisis, doña Ángela se trasladaba desde La Troncal (Cañar) hasta Guayaquil tres veces a la semana. Las huellas en su brazo izquierdo le recuerdan el doloroso tratamiento. “Era terrible. Me sentía mal, pero Dios me ayudó a alcanzar el trasplante”.
El ángel que alivió la vida de esta mujer, oriunda de Chone (Manabí), fue un joven de 28 años, quien falleció el 13 de junio tras un accidente. Con el diagnóstico de muerte cerebral, sus familiares accedieron a donar sus riñones.
Su muerte también dio un nuevo aliento a Mayra León, de 18 años. A los 13 le diagnosticaron insuficiencia renal crónica y desde entonces permanecía ligada a la máquina de hemodiálisis.
Su semblante pálido y su delgadez son reflejo del duro tratamiento. “Casi no podía estudiar. Con esfuerzo hice el colegio y pasé el preuniversitario de Medicina. Quiero ser laboratorista”, dijo en tanto se arreglaba la mascarilla que cubría parte de su rostro.
Con estas últimas cirugías, la Unidad de Trasplantes del Hospital Vernaza suma 22. María Candela Ceballos, coordinadora de la Unidad, asegura que hace falta más apoyo y conciencia en el tema de donación. “Un solo donante cadavérico puede dar vida a 50 personas. Corazón, hígado, riñones, córneas, tejidos… todo puede cambiar la vida de otra persona”.
Noralma Mosquera, jefa del Servicio de Nefrología del Vernaza, coincide con ella. “Se puede tener una mejor calidad de vida a través de un órgano donado”.
En el país, más de 2 000 personas esperan por un órgano. Pero los donantes no llegan. Esto pese a que en marzo se publicó la Ley Orgánica de Donación y Trasplante de Órganos, Tejidos y Células. En su carta, Javier Zambrano agradece al Gobierno por aprobarla, pero pide que se agilite la elaboración del reglamento. Aunque el tiempo no alcanzó para su padre, tras él hay 18 personas que aguardan por un trasplante hepático. “Si mi padre no tiene la oportunidad, espero que otros que están en espera lo logren. Esa será ahora mi lucha”.