Captura de portada y cortesía Marcia Gilbert
En el momento en que yo bajaba a buscar nabos escuché el típico crepitar de esa arma y la entusiasta risa de los chicos -escribe Paulette Everard casi al final del libro-. “Habían descubierto el mecanismo de funcionamiento y empezaron a disparar -cuenta-. Me puse como loca: las balas se cruzaban por todos lados y yo trataba de hacerlos parar ese juego tan peligroso, pero no me prestaban el menor caso. Estaban fascinados con su hazaña y hacían amago de disparar contra mí”.
Las correrías de una ‘Polet’ adolescente en tiempos de postguerra en Francia incluyen a grupos de niños lanzando granadas para pescar en el río, desarmando obuses y usando la pólvora para jugarle bromas a los vecinos. “Desarmar los obuses era muy peligroso, le costó tres dedos a un miembro de nuestra pandilla”.
El advenimiento de la I Guerra Mundial, llena de zozobra, estrépito y hambre, la ocupación alemana al norte de Francia, el duro invierno del año 17 o los viajes de la ‘pandilla’ en busca de comida a través de la alambrada fronteriza de la cercana Bélgica. Las aventuras y tribulaciones de una niña y adolescente en la Francia de inicios de siglo XX copan buena parte de las páginas de ‘Cuéntame, mamá’, el libro póstumo de la escritora y fotógrafa francesa Paulette Everard Kieffer (1902-1983), esposa y musa del pintor ecuatoriano Manuel Rendón Seminario.
El volumen, editado por la Universidad Casa Grande y la Biblioteca Municipal de Guayaquil, gira en torno al vínculo entre la autora y su pequeña hija -de un matrimonio anterior- Helene (Lalé), quien murió de tuberculosis en Francia cuando Paulette pasaba una temporada en Ecuador, junto a Rendón. Una historia trágica y desconocida incluso para los cercanos a la pareja en el país, según Marcia Gilbert, albacea y amiga de Everard.
Paulette Everard y Manuel Rendón Seminario en su casa de caña de San Pablo (Santa Elena). Foto: Cortesía
Los folios que la escritora le confió a Gilbert vieron la luz de la imprenta el pasado septiembre, 34 años después de la muerte de la autora. Se trata de la historia de su familia, el fresco de una época y el testimonio de una madre que se reprocha la pérdida de su hija. El libro fue escrito desde la primera persona como una larga carta dirigida a la hija muerta, que tantas veces requirió historias de infancia de su progenitora. Everard reconstruye su niñez en memoria de la hija ausente. Antes le cuenta -y al lector- la historia de cómo la perdió, las circunstancias que la llevaron a divorciarse y la forma en que le fue negada su tenencia legal.
Los folios mecanografiados en francés llegaron a manos de Gilbert cuando fue a despedirse de los esposos Rendón en una casa que habitaron por los años 70 en el barrio patrimonial de Las Peñas, en Guayaquil. El matrimonio volvía a Europa desencantado de los procesos de invasión que comenzaron a afectar al sitio Cangrejo Viejo, en San Pablo (Santa Elena), donde la pareja pasaba largas temporadas en una humilde casa de caña.
En uno de los pasillos de la casona de Las Peñas, Everard le puso en el pecho un sobre de manila sellado, cuenta Gilbert. “Estaba emocionada y con los ojos lagrimeantes”. Cuando le preguntó si eran textos de ella o de Manuel o si quería que los publicara, le respondió a todo con un ‘tu verras, tu verras’, pues solían hablar en francés. “Con ese ‘tú verás’ dejó una brutal responsabilidad sobre mis hombros. Lo que me pidió es que no abra el sobre hasta después de su muerte”, explica Gilbert. “La visité después de la muerte de Rendón, en Vila Viçosa (Portugal). ‘Paulette, ahí tengo tus hojas’, le dije. ‘Espérate a que yo muera’, respondió. Cuando murió y leí los folios quedé consternada”.
Tras más de tres décadas, Gilbert decidió que había pasado suficiente tiempo y que la publicación del libro ya no podían herir a Paulette o a Manuel, ni a su memoria. “Le habla a una hija de la que nadie en Ecuador tenía noticia. Fue algo que mantuvo muy reservado por el dolor que a ella le causaba”, indica la amiga de la pareja. “Es un periodo muy duro de su vida como niña, como joven, como madre, no fue feliz en su primer matrimonio y luego encontró a este ser extraordinario que era Manuel y se vinieron a Ecuador”.
En el país la pareja residió por temporadas en Cuenca, San Pablo, Guayaquil y Galápagos, donde Paulette escribió ‘Galápagos, las últimas islas encantadas’ (1946). Annabelle Nebel, quien tradujo el texto de ‘Cuéntame, mamá’, apunta que Paulette retrató a Galápagos cuando las islas aún estaban envueltas en un halo de misterio. En sus palabras, escribió una crónica de la historia del país que recoge “el poético testimonio de un deslumbrado encuentro con tramos de naturaleza en estado primigenio” y el relato de medio año viviendo en las islas.
La sexta y última edición del libro sobre Galápagos corresponde a 1985. Se espera que la aparición de un nuevo libro de la escritora estimule una reedición. “La figura propia de Paulette se ha ido esfumando e incluso fundiendo con la imagen de su marido”, señala la traductora. “También casi desconocidos son sus dos ‘Instancias’, su ‘Diario del tiempo’ y otros textos que aguardan momentos favorables para su recopilación y publicación”.
‘Cuéntame, mamá’, un libro escrito en clave intimista, incluye además de la traducción, la reproducción en facsímil de los viejos folios mecanografiados en francés con las propias correcciones de la autora. Fotografías y obras de arte hacen parte del libro, Paulette aparece en el umbral de la ancianidad, pero también en plena juventud. “Es una desgracia nacer bella en un entorno pobre, no tener ambición y ser demasiado generosa”, escribe.
El primer párrafo del libro es un aviso del talento literario de Everard, resumen de un texto que fluctúa entre el desgarramiento y lo enternecedor: “Cuéntame, mamá, de cuando eras una niña”. ¡Cuántas veces me lo pediste! Son tantas las cosas que no te pude decir y tantos los años desde que partiste. Pienso siempre en ti. Desde hace mucho tiempo trato de evocar todo para ti, pequeña mía, pues me parece que así será indestructible nuestro amor zarandeado y sufriente. Sin embargo, la bruma se cierne sobre mi corazón y quién si no eres tú, quién la disipa…”.
Marcia Gilbert
La educadora, fundadora y canciller de la Universidad Casa Grande, guardó por décadas los folios que le confió la escritora francesa Paulette Everard. La conoció desde muy niña gracias a su tía, la pintora Aracely Gilbert, quien hacía parte del mundo intelectual del Guayaquil de la época.