Los tejedores y las bordadoras de Imantag preservan una tradición

En Imantag, Cotacachi, Segundo Elías Farinango aún conserva el oficio de tejer fachalinas. Mujeres, como Sonia Suárez, buscan innovar la ropa. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO

En Imantag, Cotacachi, Segundo Elías Farinango aún conserva el oficio de tejer fachalinas. Mujeres, como Sonia Suárez, buscan innovar la ropa. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO

En Imantag, Cotacachi, Segundo Elías Farinango aún conserva el oficio de tejer fachalinas. Mujeres, como Sonia Suárez, buscan innovar la ropa. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO

Segundo Elías Farinango y José Sánchez son considerados los últimos tejedores de fachalinas en la parroquia Imantag, en Cotacachi (Imbabura).

Esta prenda, que va sujeta en uno de los hombros de las mujeres indígenas, es parte de la vestimenta tradicional en las 11 parcialidades de esta localidad.

En la obra Estudio Histórico Cotacachi e Imantag, publicado en el 2016, se reseña que el traje además está compuesto por un anaco (falda), de tono azul o negro, otro blanco o beige, una camisa bordada y en la faja, que va ceñida a la cintura, portan cintas rosadas o fucsias.

Con una especie de pañuelo al que denominan mantel y que es de tono blanco con rosado, se cubre la cabeza para protegerse del sol. Unas doradas hualcas (collares) complementa el vestuario.

Farinango heredó de su padre, José Manuel, la habilidad para entretejer los hilos, antes de oveja y ahora de chillo. Sin embargo, junto a suegro Mariano Tambaco perfeccionó la técnica de hilar en un singular telar manual, hecho con maderos traídos del páramo.

Explica que ahora confeccionan las fachalinas solo bajo pedido. Esta tarea artesanal las alterna con las faenas en la agricultura. Él tiene 84 años.

Es una historia parecida a la de José Sánchez. Lleva la mitad de sus 71 años como tejedor de estas prendas tradicionales. También se desempeña como operador de una junta de agua.

El campesino recuerda que cuando llovía no podía laborar en una molienda, en la que había que cortar caña de azúcar y elaborar panela. Por eso, se vio obligado aprender a entrelazar las fibras en un telar prestado.

Incluso, contrató al maestro José Manuel Menacho, ya fallecido, para que le enseñara los secretos de la urdimbre. Las clases duraron solo tres días, por lo que Sánchez memorizó todo el procedimiento.

Una vez al mes, él sale a venderlas en el centro poblado de la parroquia, cuando logra confeccionar un buen número de fachalinas. Cada prenda la comercializa a USD 7.

La vestimenta, la danza y fiestas de Imantag son únicas. Eso le da características diferentes con otras de la región.

Por eso, ahora cuatro asociaciones de bordadoras buscan revitalizar este oficio. Para ello, desde hace 15 días, 44 mujeres empezaron con una capacitación en diseño, corte y confección de este vestuario.

Uno de esos grupos es Imantag, Flores y Labores, que está integrado por cinco mujeres kichwas y dos mestizas.
El nombre busca resaltar el rescate de los bordados de esta zona, explica Sonia Suárez. “Queremos dar a conocer que en este pequeño rincón del país se hacen maravillas”.

El objetivo es abrir en el país un mercado de blusas para damas con diseños contemporáneos, pero con labrados étnicos. Para ello, las artesanas optaron por tonos pasteles.

Eso se diferencia de las prendas de las mujeres kichwas de la zona que prefieren en el calado gamas fuertes como el amarillo, rojo, azul y verde.

Esta última actividad es parte del fortalecimiento de los emprendimientos productivos locales, explica Gloria Cruz, funcionaria de la Junta Parroquial de Imantag.

Por eso, la instrucción también incluye diferentes temáticas como el manejo de Tecnologías de la Comunicación y la Información, para que luego promocionen sus productos a través de Internet.

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