Los alterados trazos de los sismógrafos señalan una inminente explosión de la Mama Tungurahua; otra más en menos de una hora.
fakeFCKRemoveEl trabajo en el Observatorio de Guadalupe, a 20 minutos de Baños, es intenso y pone a prueba la capacidad de los vulcanólogos para realizar más de una actividad a la vez.
Aquí no hay horarios y el reloj es un referente para precisar el tiempo de las explosiones.
En la misma habitación en la que funciona el instrumental de monitoreo está la mesa donde Lupita Guerra, oriunda de Píllaro, sirve a diario la comida para los técnicos del Instituto Geofísico. Gorky Ruiz, vulcanólogo, alaba su sazón. “La Lupita cocina muy rico ”.
Lupita evita que la prensa interrumpa la hora de la comida. “Ahorita están almorzando, esperen nomás 15 minutos que ya mismo acaban”.
La habitación donde trabajan y comen tiene apenas 18 metros cuadrados y desde el cual se ve el cráter humeante del volcán activo.
La casa donde funciona este improvisado, pero bien equipado Observatorio, a 20 minutos de Baños, al norte del volcán, no pertenece al Instituto Geofísico, sino a la familia Chávez, que vive en Ambato.
Desde el 2001, la familia prestó su propiedad a esta institución para que vigilara de cerca al Tungurahua.
Es una típica casona serrana, de gruesas columnas y un amplio zaguán, donde hay . A ella se accede a través de una vía pavimentada.
En este lugar, localizado a solo 14 kilómetros del volcán, hay un pequeño letrero, junto a la puerta principal del Observatorio, en el cual se lee: “Este lugar es propiedad de la Familia Chávez”.
Antes del 2001, los técnicos del Geofísico alquilaban una casa en el mismo sector, pero la dejaron porque su dueño se trasladó allí con su familia.
En la propiedad de la familia Chávez, cada vulcanólogo tiene su habitación. Un responsable y un ayudante cumplen turnos semanales en este centro de monitoreo, pero cuando la actividad del volcán se incrementa, dos técnicos viajan a este sitio para brindar apoyo.
Todos trabajan en equipo, tal como lo hacen en Quito, donde está situada la matriz. El Observatorio es un pequeño Instituto Geofísico.
Algunos técnicos lo llaman el ‘Hijo’. Tiene todos los equipos necesarios para seguir de cerca la evolución del coloso andino.
Silvana Hidalgo, vulcanóloga, explicó que el Observatorio, a diferencia del Instituto Geofísico, localizado en Quito, recibe información valiosa de tres estaciones, ubicadas cerca del Tungurahua, diseñadas para medir las concentraciones de dióxido de azufre. Estos datos son transmitidos vía radio a este centro de monitoreo.
Los técnicos de esta institución cumplen religiosamente los turnos en este lugar: de martes a martes. Los nombres de cada uno de los vulcanólogos aparecen en una lista colocada en una de las paredes de la habitación.
El martes 1 de junio, el sismólogo Mario Ruiz finalizó su turno de ocho días. Con unas marcadas ojeras, este especialista ofreció una entrevista a un canal de televisión ambateño que insistía en conocer el último reporte.
Con voz pausada dijo que los especialistas del Geofísico han planteado, por el momento, tres escenarios posibles.
“El volcán puede continuar con ritmo actual de actividad, quizás pueda incrementarse o disminuir”.
La noche del domingo 30, el especialista no concilió el sueño por los estallidos del volcán. Se acostumbró a las malas noches, porque en otras ocasiones también ha vigilado al Tungurahua.
“A las 03:00 el cielo se despejó y pude verlo, fue impresionante”. Desde que el Geofísico instaló en Guadalupe su estación de vigilancia, la vulcanóloga Patricia Mothes se esmeró para que este lugar fuera más acogedor. Sembró una huerta, igual que lo hizo en su casa, en Tumbaco, también decoró la entrada con algunas flores.
A esta científica le gustan las plantas. Cuando el volcán da un respiro, se toma el tiempo para recorrer el huerto.
Otros técnicos aprovechan el escaso tiempo libre para charlar, aunque el tema de conversación, con frecuencia, es el volcán. La mama Tungurahua aparece hasta en los sueños.