Las técnicas ancestrales de alfarería perduran en Azogues

María Josefina Pérez, de 68 años, aprendió este oficio en su niñez. Dos de sus hijas también se dedican a esta ­actividad. Foto: Lineida Castillo/ EL COMERCIO.

María Josefina Pérez, de 68 años, aprendió este oficio en su niñez. Dos de sus hijas también se dedican a esta ­actividad. Foto: Lineida Castillo/ EL COMERCIO.

María Josefina Pérez, de 68 años, aprendió este oficio en su niñez. Dos de sus hijas también se dedican a esta ­actividad. Foto: Lineida Castillo/ EL COMERCIO.

La labor diaria de los artesanos de Jatumpamba, Pacchapamba y Olleros, sitios ubicados en el cantón cañarense de Azogues, es amasar el barro, sentir su textura y darle forma. A diferencia de otros, ellos elaboran las ollas de cerámica sin utilizar tornos.

Sobre una botija grande, colocada boca abajo, que sirve como soporte, María Josefina Pérez pone la porción necesaria de material. Con su puño mojado presiona en el centro, mientras camina alrededor, como si estuviera danzando. A  esta actividad la conocen como  shiminchir, que significa sacar la boca de un recipiente.

En su niñez, cuando estaba aprendiendo esta técnica ancestral, se caía por la falta de práctica, relata con una amplia sonrisa. Los alfareros de estos poblados elaboran ollas, jarrones, floreros, macetas, tiestos, platos, tazas, jarros…

Con esta técnica elaboran una olla en cinco minutos. Remojan sus dedos constantemente para que se deslicen en la textura; y retiran los excesos.

María Josefina Pérez, de 68 años, es una de las artesanas más reconocidas del valle de Pacchapamba. Hace 60 años su difunta madre le enseñó ­cómo amasar el barro.

Ella se casó con Remigio Simbaña y tuvieron 12 hijos. De ellos, solo Julia y Margarita heredaron este arte y se convirtieron en la tercera generación de alfareros de la familia.

Julia Simbaña ayuda a su madre, mientras que Margarita tiene su taller en la comunidad de Jatumpamba. La elaboración de las vasijas empieza con la obtención del material y su traslado hasta los talleres.

La arcilla es traída de Irazhún y la arena, del cerro Ingapirca, en la parroquia San Miguel de Porotos. Ambos materiales deben secarse por una semana y luego se los coloca en una tinaja grande con agua. Los productores pisotean descalzos durante dos horas.

Así desintegran los grumos, se eliminan las burbujas y se obtienen la pasta. “La arena da consistencia a la arcilla”, dice la alfarera María Enríquez. Después arman bultos y los cubren con plástico para que no se endurezcan y los dejan reposar hasta el día siguiente.

A los poblados de Jatumpamba, Pacchapamba y Olleros llegan los turistas para conocer las técnicas ancestrales, que se transmiten entre generaciones. También, arriban los intermediarios de Cañar, Azuay y Loja, para comprar sus creaciones y venderlas en las ferias en el Austro.

El proceso de terminado de una olla también es especial. Con una suerte de martillo, elaborado en barro por los mismos artesanos, golpean suavemente el exterior e interior de la olla para que el material se compacte. Y con los dedos y uñas decoran.

Las ollas listas son colocadas a la intemperie para que sequen con el sol y el viento. Al día siguiente, las pulen con una lija especial.

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