Sonia Valdez y Santiago Carpio, durante el preestreno de ‘Un tranvía llamado Deseo’. Foto: Julio Estrella / El Comercio
Semanas atrás, en uno de los foros de Facebook en los que las artes escénicas marcan la pauta de las conversaciones, uno de los usuarios de la red social hablaba de la necesidad de que los clásicos vuelvan a los escenarios. Para suerte de muchos, y en un ambicioso trabajo de la productora Tacón Aguja, El Teatro del CCI estrenó ayer (15 de enero) ‘Un tranvía llamado Deseo’, pieza icónica de Tennessee Williams y obra referencial del teatro estadounidense del siglo XX.
Por más de dos horas se extiende esta puesta en escena dirigida por Jorge Mateus. Tiempo suficiente en el cual el espectador comprende las razones por las que Williams fue uno de los dramaturgos insignes de su época. Aquí no solo se refleja el impacto que tuvieron la guerra y la crisis económica en EE.UU.
También es un reflejo de cómo la sociedad estadounidense configuró nuevos valores, nuevos principios, entre sus habitantes.
Pero la proyección de tales ideas al público no hubiese sido posible sin una actuación de alta calidad de sus intérpretes. En esta ocasión, Sonia Valdez asumió el papel protagónico de Blanche DuBois, la solterona profesora de literatura quien en un día de verano llega a la casa de su hermana Stella Kowalski (Salomé Velasco) para pasar unas semanas junto a ella y a su esposo, Stanley Kowalski (Santiago Carpio). En el calor de Nueva Orleans, los tres son los encargados de dotar a esta pieza de aquella intensidad que ha caracterizado al trabajo del dramaturgo estadounidense.
Vale destacar las actuaciones de Alba Catucuago y Arnaldo Guerrero, quienes interpretaron a Eunice y Steve, respectivamente. Ambos fueron los encargados de incorporar las dosis de humor necesarias para que el espectador respirase antes de enfrentarse a los constantes dramas que propone Williams en su obra.
¿Por qué volver la mirada a una pieza como esta? Una de las respuestas posibles es, sin duda, la actualidad en la trama de Williams. ‘Un tranvía llamado Deseo’ hace explícitas las tensiones que experimentan las personas frente a los cambios colectivos y personales.
Por una parte está la revolución industrial, que supuso el regreso de los soldados, mano de obra con alta capacidad de resistencia y para la cual trabajar era la mejor carta de presentación ante el mundo. Del otro lado se encuentran las personas de la escuela tradicional, para quienes importaban la cortesía, la pureza carnal, el uso del lenguaje correcto. Estos dos mundos chocan en las figuras de Blanche, la dama educada, y Stanley, el hombre rudo de la milicia.
Una segunda respuesta está en la forma en la que ha sido concebida esta reposición. Una escenografía propia de la época (y el aplauso va para Roberto Frisone), un manejo adecuado del vestuario y una selección idónea de los clásicos del jazz crean la atmósfera necesaria para convertir a ‘Un tranvía llamado Deseo’ en una obra brillante. Sin embargo, faltaría mejorar ciertos elementos en cuanto a los diálogos de los actores. Posiblemente por el nerviosismo de la primera presentación, durante el preestreno, hubo ciertas trabas en el habla de Valdez. Mas, esto no opacó el trabajo de todo el elenco.