El ritual de la botija aún perdura en Tarqui

En la comunidad de Gullanzhapa se realizó la celebración en honor a la Inmaculada.

En la comunidad de Gullanzhapa se realizó la celebración en honor a la Inmaculada.

En la comunidad de Gullanzhapa se realizó la celebración en honor a la Inmaculada. Foto: Lineida Castillo / EL COMERCIO

La chicha de jora era considerada como sagrada. En una especie de ritual, los indígenas enterraban esa bebida en grandes botijas de barro por largos períodos para que mejorara su calidad.

En la comunidad indígena-campesina de Gullanzhapa, de la parroquia cuencana de Tarqui, esta práctica se mantiene. El ritual de la botija está presente en las fiestas religiosas como la que vivieron el pasado fin de semana en honor a la Virgen de la Inmaculada.

La celebración, que empezó el jueves pasado y finalizó el domingo, se realizó entre la casa del prioste y la plaza central de la comunidad.

Durante esos dos días cobró importancia la botija. El jueves, los familiares y amistades de los priostes ofrendaron el denominado huichi a los priostes de esta celebración Manuel Chicaiza y Rosa Lojano.

Los huichis son pailas y canastos llenos de alimentos preparados para que el prioste, a su vez, comparta con las personas que asisten a la fiesta. “Es una forma de contribuir para que todo el gasto no caiga solo sobre una persona y agradecerle por llevar adelante la celebración”, dice Luis Lojano.

Otros entregan por separado bebidas, hortalizas, legumbres, granos, cuyes, gallinas… para preparar la comida, que se ofrece a los visitantes durante los cuatro días de fiesta. Por lo general, se sacrifica una vaca y más de 150 cuyes.

El jueves pasado, Lojano compartió con la familia Chicaiza una llamativa paila con mote, tres pollos enteros y todo cubierto con 20 cuyes asados. Además, un cerdo hornado, tres canastas con papas y granos, botellas de licor y la botija que contenía 50 litros de la tradicional chicha de jora.

Los alimentos fueron llevados en procesión hasta la casa del prioste, acompañados de música de banda de pueblo, vacas locas y el estruendo de cohetes que alertaban que iba en camino otro huichi. La botija -adornada con flores, frutas, cintas- fue llevada en andas y lideraba el colorido desfile.

Ala casa del prioste llegaron seis botijas donadas por las familias Arpi, Lojano, Merchán y Chicaiza. Fueron colocadas en un sitio visible para todos.

El domingo, en el último día de la fiesta, se cumplió el ritual especial de la botija simulando lo que hacían “nuestros antepasados”, dice Lojano.

El dueño de cada botija se disfrazó de toro y se realizó una especie de corrida por los alrededores de la vivienda. Además, intentó ingresar a la cocina para regar los alimentos y las mujeres estuvieron atentas para evitarlo, como es la tradición. Cuando atraparon al toro lo llevaron hasta el sitio donde están las botijas y simularon su sacrificio.

Entonces, se regaron las botijas de chicha en grandes pailas, simulando que era la sangre del toro y todos los presentes se sirvieron la bebida. “Es un momento de alegría, de triunfo y de culminación de la fiesta”, señala Miguel Ángel Lojano, de 81 años, quien hace más de 30 años fue prioste de la Virgen de la Inmaculada.

Todos bailaron al son de sanjuanitos y chaspishka interpretados por el acordeonista Manuel Montero y el guitarrista Juan Vele. “Compartir es parte de la vida en comunidad y de la riqueza cultural de nuestro pueblo”, dice Miguel Ángel Lojano, quien participó con un huichi en esta celebración.

Para Ligia Chicaiza, hija de los priostes, casi todos los vecinos se involucraron y colaboraron porque es una forma de mantener esta herencia de sus antepasados.

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