Foto referencial. En un hospital neuropsiquiátrico de Buenos Aires se baila tango como terapia para los pacientes. Foto: Zabara Alexander/Flickr
Un tango suena en el comedor desangelado de un hospital neuropsiquiátrico de Buenos Aires, que se transforma en una improvisada pista donde pacientes con sus ocasionales parejas de baile se lanzan a ensayar los pasos del ‘2×4’ dispuestos a olvidar por una hora su psicosis.
“Hoy sentí que bailé mejor, estoy más suelto”, confiesa Maximiliano. Es un frecuente participante del taller “Todos estamos locos por el tango” que se dicta dos veces por mes en el Borda, el mayor hospital público neuropsiquiátrico para hombres de Argentina, ubicado al sur de la capital.
“Las letras de tango me gustan, son nostálgicas, melancólicas”, dice a la AFP este paciente de 35 años, que al no estar internado sigue estudios de Gestión en Políticas Culturales, y va a sus clases con una docena de internos.
Mujeres no faltan porque varias aficionadas a las milongas se suman solidariamente al taller de puertas abiertas.
Bailar un tango puede ser un momento sensual o un hecho artístico, pero para los pacientes del Borda es un espacio de aprendizaje, de producción propia, de conciencia del cuerpo y de conexión, afirma el psiquiatra y actor Guillermo Hönig, el entusiasta jefe del servicio 25B, donde se realizan varios talleres más.
Momento de ruptura
Miércoles por medio, la psicóloga Silvana Perl, ideóloga e impulsora hace 16 años del taller de tango, recorre personalmente los inmensos pabellones del hospital para convocar a los pacientes media hora antes de la clase.
A todos los que se cruza les entrega un volante e invita al baile. La mayoría se resiste, aparece el desgano típico de su enfermedad.
“ bailar”, “hoy no tengo ganas”, se excusan. “No tengo tiempo”, afirma un interno que espera en una fila que le entreguen su medicación.
“El taller es un momento de ruptura en el hospital. La idea es generar una irrupción en la vida abúlica de los pacientes esquizofrénicos. El ruido artístico produce un efecto de despertar y convoca a la conexión”, explica Perl.
El entusiasmo de Perl tiene sus frutos y regresa al salón-pista en el segundo piso del Servicio 25B rodeada de media decena de hombres que la siguen por las calles internas del hospital fundado hace 150 años sobre 17 hectáreas y que actualmente alberga unos 600 internos.
“Es un alumnado aleatorio. Viene el que quiere y puede” , explica la sicóloga. Para Marta Gabelli, una masajista bioenergética de 71 años trepada a sus tacos de bailarina, la experiencia de voluntaria con los sicóticos “es maravillosa”.
Dany, Maximiliano, Ismael, Jorgito, Leandro, Mauro, Felipe, Luis, Marcelo, Adrián se lanzan a la pista. Hay suficientes mujeres para todos.
Se escuchan risas y suena la música, los cuerpos se conectan aunque se mantengan las distancias con un “abrazo de práctica”.
“Hace cinco años que estoy internado y dos años que vengo a todas las clases, me gusta mucho”, cuenta Dany, de 41 años, que si bien prefiere escuchar cumbia, a la hora de bailar no le teme al más tradicional “dos por cuatro”.