Este sábado culmina el Verano de las Artes Quito (VAQ) 2014, Organizado por la Secretaría de Cultura del Municipio con un encuentro con 300 músicos que representan legados vivos de la identidad sonora del Ecuador.
El Festival de Bandas Populares del Abya Ayala presentará, desde las 15:30, el repique de la tradición mestiza de la banda de pueblo y el propio de musicalidades indígenas y afros. A continuación, se propone un acercamiento a algunos de los nombres e instrumentaciones que se presentarán en la capitalina plaza de Santo Domingo.
Banda de pueblo
El concepto de la banda popular del siglo XXI resulta de un proceso que si bien se consolida en el siglo XIX posee antecedentes a ambos lados del océano Atlántico. Si las culturas nativas del Ecuador tuvieron predilección por instrumentos de viento como las ocarinas, los pingullos o las kipas (trompetas de piedra o arcilla), en la España del siglo XVI las trompetas y cornetas sonaban en iglesias.
Ya en nuestro territorio, la conjunción de ambos mundos se afianzó fuera del portal de los templos, con la llegada del órgano. Según el historiador Manuel Espinoza Apolo, en su texto ‘Breve historia de las bandas de pueblo’, fue en las comunidades ecuatorianas del siglo XVIII que a dos o más músicos que amenizaban danzas y celebraciones se les empezó a denominar como banda.
En el mismo escrito se dice que aunque se mantuvo la pentafonía propia de los Andes, poco a poco los instrumentos nativos fueron reemplazados por instrumentos europeos de viento y percusión. La principal influencia para el cambio habría sido, según el historiador ecuatoriano, la llegada de la banda militar, que tuvo un auge hasta después de las batallas de independencia.
Para el etnomusicólogo Juan Mullo, la banda de pueblo es una expresión propia del mestizaje, que a partir del proceso independentista llega a consolidarse como tal en el conservadurismo. “La banda servía para inaugurar actos oficiales; solemnizaban fiestas religiosas. Era un formato que magnificaba estos eventos y tenía un rasgo más occidental, así las hayan conformado indígenas”, asegura.
Ese sentido se mantiene de alguna forma en la actualidad y una de las claves para que se haya conservado es que las bandas -desde hace mucho tiempo- están conformadas por miembros de un mismo núcleo familiar o por asociaciones de vecinos. Ese es el caso de bandas como la de San José del Condado o La Campiña del Inca, que cuentan con tres generaciones en sus filas que, prácticamente, han hecho escuela en la banda desde temprana edad.
Grupos afros e indígenas
Mullo afirma que la banda de pueblo y las expresiones musicales de ensambles de los pueblos originarios tienen parámetros distintos. Eso se vería reflejado en varios aspectos, que incluyen también a su instrumentación (instrumentos de viento y percusión prehispánicos, guitarras, violines y otros instrumentos de cuerda).
“El instrumento está ligado a la cosmoaudición”, dice. Así los sonidos de Ñanda Mañachi, de Imbabura; de Siona Espíritu, del nororiente ecuatoriano; o del mismo Papá Roncón, de Esmeraldas -que aprendió marimba con los Tsáchilas-, tienen relación con un proceso ligado a la ritualidad, la visión del mundo y de la comunidad; “a una funcionalidad en su vida que les ha permitido identificarse con o concebir tales y cuales instrumentos”.
Un ejemplo vivo en el que confluyen ambos mundos es el de la Banda Mocha. Este ensamble afro, que de alguna manera emula la conformación de la banda de pueblo, lo hace interpretando su tradicional bomba con instrumentos de viento creados con materiales de la región del Chota, como la cabuya o las de hojas de penco y naranja.
Es así que cada pueblo, desde lo urbano o rural, crea su propia sensibilidad con diversos instrumentos que cobran vida en un ensamble. Más allá de los tecnicismos, los sonidos remiten a realidades que son parte del variopinto álbum sonoro del territorio ecuatoriano.