Saywa Escola tiene 33 años. Hasta los cinco vivió en la comunidad; su bisabuelo Carlos le enseñó a leer las estrellas. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.
Los nombres marcan el destino de las personas, de acuerdo con la creencia de nuestros antepasados. Es por eso, cuenta Saywa Escola, que jamás se sintió identificada con el nombre que le pusieron sus padres al nacer y que conservó alrededor de dos decenios.
El primero de sus nombres hace referencia a una flor popular (que ella pide que no se mencione en esta nota). Con este la conocieron en la escuela y universidad y lo heredó de la dueña de una hacienda en Zuleta.
Allí trabajaron sus abuelos y también sus progenitores. Cuenta que su madre tomó ese nombre para bautizarla como un homenaje a la dueña de la hacienda. El segundo, Consuelo, fue sugerencia de un empleado del Registro Civil. “Era el nombre de una persona ajena a mí. Nunca supe nada de ella, ni tampoco quiero saber. Consuelo, en cambio, me pusieron solo porque (cuando fue a inscribirla) le dijeron a mi papá que combinaba con el primer nombre”.
Después de pensar detenidamente adoptó los nombres con los que ahora se siente identificada. Uno de ellos es Saywa. Añade que el nombre fue producto de una ‘visión’ y no de casualidad.
Cuenta que su bisabuelo le enseñó a leer las estrellas cuando era niña y que de esa lectura, precisamente, se derivan sus nombres. Saywa significa “que indica el camino”, mientras que Kuyllur equivale a estrella.
Con esos nombres en mente, acudió al Registro Civil y realizó el papeleo para que el cambio sea legal. Con su nueva cédula visitó distintas instituciones. “Solo me faltó migración y por eso una vez me detuvieron en el aeropuerto”.
Saywa cuenta que el cambio de nombre fue sencillo, lo difícil fue que sus padres, sobre todo su madre, aceptaran su nueva identidad. “Una piensa que la lucha está en la sociedad, pero la verdad es que la lucha más difícil está dentro de casa”.
Su madre, por ejemplo, insiste en decirle a su nieto que su hija no se llama Saywa. La lucha es constante, pero esta madre de familia y comunicadora de profesión la asume con paciencia, pues asegura que ese es el costo que paga cumplir con su objetivo: reivindicar sus raíces.
Además del nombre, Saywa adoptó vestimenta tradicional. Ella desciende del pueblo caranqui, cayambe y kichwa. Diariamente viste con falda, blusa y alpargatas de color azul. Decora sus manos y cuello con pulseras.
En los días de fiesta se coloca “algo más elegante”, adorna su cabello con cintas de colores y se coloca un sombrero con plumas. Para sentirse en sintonía con sus antepasados, Saywa también instauró una chacra en el terreno donde sus padres construyen una casa.