La mayoría de casas, como este inmueble de Rosa Pupiales, fue levantada con piedra, ladrillo, madera y teja. Foto: Francisco Espinoza / EL COMERCIO
El color rojizo del ladrillo y de la teja de las casas de San Clemente armoniza con el paisaje rural de esta comunidad kichwa del sur de Ibarra.
En está localidad, asentada en las faldas del volcán Imbabura, la mayoría de los inmuebles está diseñada como cabañas campestres. “Lo que buscamos es construir viviendas cómodas y atractivas, aprovechando los materiales de la zona”. Así explica Juan Guatemal, uno de los 700 habitantes de esta parcialidad indígena.
Se refiere a la piedra, madera, ladrillo y teja que abundan en esta zona. La posición privilegiada de San Clemente permite una visión panorámica inigualable de la ciudad de Ibarra.
Ese es uno de los factores que han permitido el desarrollo del turismo comunitario, como una de las principales actividades económicas, junto a la agricultura, carpintería y bordado de ropa.
Rosa Pupiales, presidenta del grupo de turismo, asegura que 16 familias brindan servicios de hospedaje. “La llegada de turistas -que se inició hace 14 años en este sector- nos obligó a mejorar las casas de acogida”.
Curiosamente, los propietarios de las edificaciones se encargan desde la elaboración de los diseños hasta su construcción, pese a no ser arquitectos. Como se acostumbra en la mayoría de comunidades indígenas de la región Interandina, la minga es el motor para levantar las edificaciones.
Como se denomina en este sector, se “presta la mano” o se apoya con materiales. A Juan Guatemal, por ejemplo, los vecinos le donaron varios troncos de árboles, para que hiciera las columnas de la casa.
Dos compañeros, que trabajan como albañiles en urbes aledañas, son los encargados de asesorar la mayoría de obras.
Sin embargo, casi todos tienen experiencia en las técnicas andinas de construcción.
Guatemal recuerda que cuando era niño, las viviendas de San Clemente tenían las paredes de bahareque y los techos de paja. “Cada padre de familia levantaba su casa, con la ayuda de familiares y vecinos”.
Luego el bahareque dio paso al adobe y a la teja. Jorge Chuquín, propietario de una de esas viviendas, explica que casi todas las casas se han levantado con ampliaciones, a partir de estas construcciones rectangulares de adobe. La mayoría cuenta con servicios como energía eléctrica, agua fría y caliente, chimeneas, coloridos jardines…