Los hombres tienen un papel fundamental en la crianza de sus hijos. Los cuidan, los consienten, los cambian y se levantan en las madrugadas para calmar su llanto. Los educan. Comparten, hombro a hombro, la tarea del cuidado con sus compañeras. Es una conducta tan normal que pocas veces usted se detiene a preguntar por qué.
Sin embargo, no es tan normal cuando se compara al hombre con otras especies. En la mayoría de los mamíferos, la tarea de la crianza queda en manos de las hembras, incluso en los mamíferos evolutivamente más cercanos a nosotros: los grandes primates. El rol del macho es conquistar a la hembra y dispersar su ADN, procrear.
Entonces, ¿por qué en el ser humano el hombre asume este rol? Para Lee T. Gettler, investigador del departamento de antropología de la Universidad de Notre Dame, la respuesta es sencilla: a diferencia de otras especies, el bebé humano nace muy indefenso y dependiente de otros para poder sobrevivir; es necesario invertir mucho tiempo y esfuerzo para asegurar el éxito de la siguiente generación, la propagación de la especie.
Para Gettler la pregunta no es tanto por qué el hombre asume un rol en la crianza de sus hijos, si no cómo, biológicamente, la especie se asegura que así sea.
La respuesta está en las hormonas, señaló el experto ayer en la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, que se lleva a cabo en la ciudad de Chicago.
Sus investigaciones, llevadas a cabo en un grupo de hombres de la ciudad de Cebú, en Filipinas, han mostrado el juego hormonal detrás de la paternidad: los niveles de testosterona, la hormona que lleva al macho a buscar pareja y a tener un comportamiento más competitivo, entre otras características, baja; los niveles de prolactina, que hacen que la persona sea más sensible a las necesidades de un bebé, como cuando llora, suben.
Lo demostró midiendo los niveles de testosterona de un grupo de veinteañeros, todos solteros y sin compromiso, y luego regresando seis años después a medir los niveles de la hormona en el mismo grupo, solo que ya para ese momento algunos ya tenían pareja, otros ya tenían pareja y al menos un hijo y otros continuaban solteros. También midió los niveles de prolactina en papás y no papás.
¿Por cuánto tiempo se mantienen estos cambios hormonales? Según las observaciones de Gettler, una vez que el niño supera su primeros dos años de vida los niveles de testosterona vuelven a subir, pero nunca llegan a los niveles que se tenía cuando el hombre era soltero.
¿Afecta esta disminución de testosterona la vida sexual de la pareja? Gettler confiesa que cuando publicó su primer estudio en el 2011, que demostraba el cambio hormonal, rápidamente contestaba que el creía que no. Sin embargo, como buen científico, regresó al campo de estudio e hizo el análisis.
Para sorpresa del científico, sí existe una correlación entre bajos niveles de testosterona y menos encuentros sexuales con la pareja. No obstante, Gettler hace hincapié que si bien para tener libido el hombre necesita presencia de testosterona, aún los niveles disminuidos que se observan en los padres son suficientes para causar ese deseo sexual.
Gettler cree que más que culpar a los bajos niveles de testosterona, otros factores como el ajuste de la pareja a la vida como padres, el estrés o la falta de sueño, pueden ser los responsables de ello.
Por ejemplo, permitir que los niños duerman en la cama de los papás contribuye a que los padres tengan niveles bajos de testosterona, según halló Gettler en otro estudio realizado en la misma población filipina.
Queda claro que los cambios hormonales no son exclusivos de la mujer cuando se enfrenta a la maternidad. Los hombres, cuando forman parte activa del cuidado de su bebé, también atraviesan una serie de cambios hormonales al encontrarse ante la paternidad.