Niños salasakas aprenden ritos antiguos
Los sonidos del bombo, redoblante y flauta ponen alegría durante la ceremonia o ritual del Kapak Raymi.
Los sabios y los apug o líderes del pueblo se concentraron en medio de la plaza Llika Kama de la parroquia Salasaka, en Tungurahua. Sus ponchos negros y pantalones blancos, de los varones, y el colorido de las blusas blancas adornadas con bordados y las bayetas, en las mujeres, contrastaban con la tarde soleada.
Ellos encabezaron el ritual del Kapak Raymi o Fiesta del Florecimiento que las comunidades indígenas festejan en diciembre. Esta ceremonia es importante para los pueblos andinos, puesto que los taitas y mamas entregaron a los infantes los conocimientos ancestrales sobre el cuidado de los cultivos que están en pleno crecimiento.
También, obsequiaron las herramientas como la hoz, el azadón… para producir la tierra. “El propósito es que los niños ayuden en las labores agrícolas a sus padres y no sean ociosos, tampoco roben y mientan”, dice Gloria Chiliquinga, una de las mamas de la comunidad.
El festejo de agradecimiento a la Pachamama (Madre tierra) por el crecimiento o florecimiento de la cebada, el maíz y demás alimentos se efectuó en este pueblo localizado a 12 kilómetros al oriente de Ambato. El evento fue organizado por el Municipio de Pelileo.
En el centro de la plaza se dibujó una circunferencia compuesta por pétalos de flores, frutas y alimentos que se producen en Salasaka. Rufino Masaquiza es uno de los yachacs y fue el encargado de guiar la ceremonia ancestral.
Cuenta que antiguamente los más ancianos del pueblo se reunían para transmitir a los niños y sus nietos sus conocimientos sobre el cuidado y el mantenimiento de las chacras que se sembraron en septiembre durante el Kuyak Raymi o Fiesta de la Siembra.
Ahora, el cuidado en el florecimiento, es decir, el crecimiento de la planta que se cosechará en el Inti Raymi, queda al cuidado de los niños guiados por sus padres.
Este sabio con un mate lleno con tzawar mishki y otras hierbas que ayudaron en la fermentación de esta bebida regó en el piso como una ofrenda o señal de devolución de lo recibido y con el propósito de que la tierra sea más fértil en la próxima cosecha, en junio.
“Estos conocimientos se están perdiendo, los matrimonios jóvenes no están trabajando en el fortalecimiento de nuestra cultura y por eso estamos recuperando nuestro espacio perdido con ayuda del Municipio y los yachac o los sabios del pueblo salasaka”, dice Masaquiza.
Luz María Pilla, de 60 años, entregó el wango (lana apilada para el hilado) a su hija Edith para que aprendiera a hilar la lana que utilizará para la confección de sus propias prendas de vestir. “Esa es una tradición que mantengo en nuestra familia y que se transmite de padres a hijos. Todos mis hijos recibieron las herramientas para que aprendan a trabajar y sean buenas personas”.