La sala de meditación en la sala Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP 20, en Lima. Foto: Ana María Carvajal / EL COMERCIO
12 000 personas caminan a diario en las 19 hectáreas que haya en las inmediaciones del Pentagonito, la sede de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP 20, en Lima. Son siete pabellones y centenas de cubículos, estands y oficinas.
El calor de Lima no está en lo más alto en estos días. Oscila entre 18 y 25°, pero cuando se disipan las nubes o cuando se ingresa a algunos de los pabellones diferenciados por colores y letras que hay en la COP, la situación se vuelve insoportable.
El trajín de los días en medio de esta cumbre mundial es intenso. De repente hay negociadores discutiendo, activistas y observadores haciendo simbólicas protestas y periodistas corriendo detrás de algún personaje político o ambiental destacado. Todo está alborotado. El bullicio es permanente. El trabajo no para, la tensión se siente por todos lados.
Letreros en un tono lila encendido identifican al pabellón B. Allí hay un Help Desk con personas identificadas con camisetas azul eléctrico que, a veces, le dejan a uno más confundido que cuando llegó con una pregunta para localizar a alguna persona, delegación o ONG. También hay una sala de reuniones, una caja de banco, un centro de cómputo y un Business Center que es la salvación para algún latino desesperado, que busca un adaptador tipo europeo para conectar su celular o computadora a punto de apagarse por el desgaste de su batería.
Pero en medio de todo ese ajetreo y de tanta adrenalina aparece de repente un letrero que invita a hacer una pausa: Meditation / Prayer Room. Uno se imagina encontrar cualquier cosa en el enorme recinto, pero encontrar una puerta de vidrio velado con un nombre así resulta algo sorprendente. El cartel no tiene ninguna información adicional. No habla de religiones, de regiones, de reglas. En la cumbre hay de todo: católicos, budistas, cristianos, judíos, musulmanes, agnósticos, ateos… ¿La sala es para todos?… Tampoco hay una respuesta.
En el piso hay dos coloridas canastas de mimbre y apenas tres pares de zapatos junto a ellas. ¿Hay que sacarse los zapatos? ¿Se puede entrar con los brazos descubiertos o con un escote en el pecho o la espalda? ¿Hay que santiguarse al entrar? Por si las dudas, quizá es mejor hacer las cosas por instinto: dejar los zapatos afuera, cubrir el torso con una chompa y santiguarse frente a ese Dios único del que se habla y que está en todas partes pero que, al parecer, podría sentirse un poco más dentro de la misteriosa habitación.
Tendrá aproximadamente 4×4 metros y ningún mueble dentro. Hay una alfombra gris que cubre todo el piso y otras largas, de colores, colocadas en distintas orientaciones. Sentarse o arrodillarse en el piso sobre ellas es una opción. Y entonces se puede rezar, respirar o meditar. O las tres a la vez. En el idioma que sea, en voz alta o en silencio, con los ojos abiertos o cerrados. Simplemente rezar.
En ese lugar reina el silencio. En el fondo de una pared crema aparece un letrero impreso en una hoja A4. Unas pequeñas letras negras que dicen Mecca están ahí y encima hay una flecha azul hacia arriba. Y en el piso unos trípticos que alguien dejó que hablan sobre el Islam, la moral, el medio ambiente y Halal. Eso es todo lo que hace referencia a una religión o creencia en particular. Pero no todos se fijan en esos dos detalles.
En medio de la locura diaria de una cumbre mundial donde a diario el debate y una tormenta de información y discursos, este es uno de los pocos lugares en donde una persona puede estar por unos minutos en silencio, a solas y en paz.