Rosario Vargas transmite sus conocimientos a los más jóvenes de la comunidad de Sacha Huasi, en Pastaza. Foto: Modesto Moreta / EL COMERCIO
El trabajo de los habitantes de la comunidad Sacha Huasi (Casa de la selva, en español), a 18 kilómetros del centro de Puyo, en Pastaza, se inicia con la cosecha de las semillas en el interior de la selva amazónica. La actividad puede durar hasta dos días y está a cargo de hombres y mujeres.
Aún frescas, las semillas son perforadas y otras cocinadas para usarlas en la confección de artesanías kichwas como collares, brazaletes, aretes, anillos, manillas… Luego son comercializadas a los turistas que visitan este pueblo asentado en las riberas del río Puyo.
El dinero ayuda a financiar los gastos de las nueve familias que habitan este poblado enclavado en medio de la selva. Tras una caminata y siguiendo por un estrecho sendero de tierra se llega al centro poblado integrado por casas dispersas de madera y techo tejido con ramas de paja toquilla que es entrelazado con largueros de madera de chonta y dan forma a una especie de choza.
En cada una de estas viviendas, levantadas con columnas de 1 metro con 40 centímetros de alto para evitar posibles inundaciones con la creciente del afluente, funcionan pequeños talleres donde las mujeres emplean parte de su tiempo en la elaboración de los adornos.
Andrea Chimbo, de 20 años, con habilidad cruza las semillas en el hilo que elaboró con la palma de chambira y da forma a los collares. Cuenta que su suegra Rosario Vargas le transmitió sus conocimientos ancestrales y su significado de cada una de las prendas que elabora en su casa.
Están decorados con los dientes del puma o los huesos de la boa. Estas representan poder en la comunidad. Usan las pepas de guayruno que son de color blanco. También, semillas denominadas como el ojo de venado, el illpamuyo que es una pepa que combina los colores negro y rojo. Esta es usada por los niños para evitar el mal de viento o se le pegue el mal de ojo de la selva.
El hueso de la boa también es utilizado en los collares. Andrea dice que sirve como amuleto para eliminar las malas energías y evitar las enfermedades en la persona. “En las comunidades usamos estos collares para protegernos y vivir sanos”.
En el día puede hacer entre 10 a 15 collares. El costo de una de adornos puede estar entre USD 3 y 20. En la comunidad no hay energía eléctrica por eso deben trabajar durante el día. Uno de los dirigentes de la comunidad es Byron Santi. Cuenta que se construyó un centro donde se exhiben cada una de las artesanías que son confeccionadas por las mujeres de la comuna. También, en chonta son elaboradas lanzas y flechas indígenas. Asimismo, utensilios en barro llamadas mocahuas. “Muchas personas transmiten las malas energías. Los collares las ahuyentan. Son amuletos para mantener nuestras energías positivas”.
Estos conocimientos fueron trasmitidos en generación en generación. Las mamas y taitas aún enseñan a los niños y jóvenes para que esta tradición se mantenga en el tiempo.
Rosario Vargas, de 70 años, es una de las maestras del pueblo. Dice que sus padres y abuelos ya elaboraban estos collares que ayudan a protegerse de los espíritus de la selva. “Los colmillos del puma también representan el poder del dirigente de la comunidad. Especialmente lo llevan los más ancianos o los nuevos líderes del pueblo”.
Jessica Guasiquiat, es otra de las artesanas. La joven aprendió de su suegra Marlene Guatotoca. Los ingresos que obtiene ayuda a financiar parte de la alimentación. Mientras cruza las semillas de cundiá es cocinada para que se suavice y pasar la aguja con el hilo de chambira. Además, se dedica a la agricultura.