Una investigación se realizó desde el 2012 en cinco pueblos indígenas de Sierra. Foto: EL COMERCIO
Puchka es una palabra kichwa que significa hilo y fue escogida por la investigadora Silvana Amoroso para difundir los saberes ancestrales a través de las vestimentas. En un festival realizado en Cuenca presentó prendas de los salasakas, natabuelas y cañaris.
Su objetivo es que su trabajo sea un punto de encuentro entre culturas diversas de la Sierra y sus vestimentas. En la Casas de las Posadas, en el centro de Cuenca, se exhibieron 29 prendas de vestir de estas tres etnias, más una decena de fotografías tomadas por Diego Lara y que buscan ser un complemento de la información. Las fotos siguen expuestas en este centro cultural.
Las vestimentas no porque fueron prestadas por los indígenas y se devolvieron. Entre ellas se destacó un traje de novia o de madrina salasaka. Tiene un bordado singular, cosida a mano y se presume que tiene más de 100 años. Fue heredada de generación en generación entre la familia Masaquisa.
Además, hubo ponchos y polleras cañaris y camisas y anacos natabuelas. También anchas bayetas y chumbis. El trabajo de Amoroso se inició en el 2012 cuando era profesora de la Universidad Técnica de Ambato.
Ese centro financió un análisis semiótico de las vestimentas de los otavalos y natabuelas, en la Sierra norte. También, de los chibuleos y salasakas en la Sierra centro y de los saraguros en el Austro.
Allí, se hicieron entrevistas, observaciones y recopilación bibliográfica para saber sobre el uso de cada vestimenta y su significado. Esta investigación sirvió al proyecto presentado posteriormente a los fondos concursables del Ministerio de Cultura, que fue el patrocinador del Festival Puchka.
Amoroso es directora del Instituto de Investigaciones Interculturales (I3), que armó este festival, que tuvo otros apoyos privados y públicos. En su institución colaboran Diego Lara en la fotografía y Melvis González, quien es experta en saberes ancestrales.
Según Amoroso, este festival fue la oportunidad para difundir estos saberes. Allí, a más de la exposición de las vestimentas se realizó un taller, charlas y conversatorios. También, hubo danzas de los salasacas, natabuelas y cañaris.
Este último pueblo fue incorporado porque está más próximo a Cuenca y hubo la colaboración, pero se requiere una investigación más profunda, dice Amoroso. De la misma forma, se escogió porque su vestimenta tiene una riqueza simbólica importante.
Para Amoroso, en el trabajo realizado con los otavalos, natabuelas, chibuleos, salasakas y saraguros se determinó que hay un hilo conductor que es su vinculación con la cosmovisión andina. Además, está presente la herencia católica.
El blanco, por ejemplo, tiene una connotación de pureza, pero vista desde diferentes formas. “Un chibuleo me decía que la pureza no está relacionada con la raza sino con la condición de bondad… Otros lo relacionan con la muerte”.
En el caso del negro, agrega Amoroso, un salasaka señalaba que no es una tonalidad sino una intensidad y se relaciona con la fuerza de espíritu y de trabajo cuando lo lucen en un poncho. Pero si es en un anaco se vincula la tierra y la siembra con la fertilidad femenina.
En cambio, otros utilizan pantalón negro solo porque es práctico y se ensucian menos cuando está trabajando. Para Amoroso, es un uso operativo de las prendas y no se trata de una pérdida de identidad. “Lo que sí les preocupa es que hay pueblos donde se perdió la tradición de tejer las prendas y los sombreros… o que las nuevas generaciones dejen de usarlas”, dice Amoroso.
Ella destaca otros saberes. Para los salasakas tejer tiene una connotación social y hasta ritual. “Decían que para tener una buena ropa hay que alimentar bien a los borregos para tener buena lana. Se necesitan buenos hiladores y tejedores. Eso demuestra que eres próspero y responsable”.