Roberto Arlt, el escritor de la violencia
En el mundo narrativo de Roberto Arlt (1900-1942) todo se resuelve por la violencia o el aniquilamiento. Es una literatura de la crisis.
Seguramente por razones editoriales o por esa costumbre tan argentina de encontrar contrarios en todos los órdenes de la vida como en un partido de fútbol, se ha dado en decir que la oposición mayor de la literatura de ese país se da entre Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato.
Se lo puede extender a una trilogía con Julio Cortázar. Pero si se tratara de encontrar la contracara de Borges, quien sin duda ocupa la centralidad de la literatura argentina, habría que hacerlo en Roberto Arlt, una de las mentes más cautivantes y enigmáticas que ha dado ese país y cuyos textos exigen siempre una lectura actual.
Contemporáneos, ambos representan la contradicción misma de la Argentina. Borges puede apropiarse de lo mejor, del linaje de los conquistadores y de los héroes de la independencia, de la biblioteca que se hereda, y abordar el mundo del hampa, del guapo, del cuchillero y todo el criollaje que precedió las inmigraciones europeas de finales del siglo XIX.
Arlt, en cambio, no tiene nada: es producto mismo de los migrantes y el oscuro mundo que debieron vivir en los conventillos. Las bibliotecas son distantes y la lectura cumple una función quijotesca inversa; sostiene el escritor Ricardo Piglia: “La lectura tiene siempre un efecto perturbador y delictivo. La lectura, en Arlt, lleva a la perdición”.
En su primera novela, ‘El juguete rabioso’ (1926), son los “deleites y afanes de la literatura bandoleresca” los que hacen que se sueñe con ser un bandido, robar, si es necesario, la biblioteca de una escuela.
Si en sus relatos del criollaje Borges nunca pasa del 1900 (preferentemente hasta el año 1880), Arlt, en cambio, es el escritor del ‘eterno presente’. Escribió en los años más complicados de la historia argentina, pero bien se lo puede leer como algo que está ocurriendo ahora. En sus cuatro novelas, cinco libros de cuentos, cinco piezas teatrales y más de 2 000 crónicas diarias que publicó en el periódico El Mundo desde 1929 hasta 1942 , bajo el nombre de Aguafuertes, Roberto Emilio Godofredo Arlt (1900-1942) nunca deja de ser un contemporáneo.
Y no es solo contemporáneo sino anticipatorio. Su segunda novela, ‘Los siete locos’ (1929) y ‘Los lanzallamas (1931) -su continuación- anuncian lo que será la denominada “Década infame”, que se inició con el golpe de Estado de 1930 y que significó el comienzo de la inestabilidad política que saturó el país durante todo el siglo XX y parte del XXI. Pero también el peronismo, que se consolidó en el país desde 1945.
“Si hay un escritor profético en la Argentina, ese es Arlt”, dice Piglia. Y la razón que da es porque “no trabaja con elementos coyunturales, sino con las leyes de funcionamiento de la sociedad”. Para Arlt, la violencia y la locura son las salidas para este mundo.
Más bien: todo terminará devorado por la violencia. Y sus personajes son violentos dentro de un misterio que condensa lo demoníaco y lo sagrado que intervienen en ellos despiadadamente. Al ser escindidos están condenados. Dios existe, pero fracturados como están, no hay redención posible.
Consideradas como las novelas más importantes de Argentina del siglo pasado, son “textos de crisis. Plantean conflictos que no pueden resolverse sino por la violencia o el aniquilamiento”, escribe la crítica Beatriz Sarlo.
Se trata de una sociedad secreta, de una célula de conspiradores que busca perfeccionar este mundo plagado de débiles y que ha perdido a Dios. El triunfo de esta sociedad secreta solo podrá darse a partir de la mentira y el delito, los atentados terroristas, la creación de una dictadura y la consecuente obediencia, algo que la historia argentina del siglo XX conoce muy bien. Solo así se erigirá una nueva sociedad.“Aquel que encuentre la mentira que necesita el corazón de la multitud será el Rey del Mundo”; “dichosos de nosotros si con nuestras atrocidades podemos aterrorizar a los débiles”.
La gran paradoja está en que en el líder de esta sociedad, el Astrólogo (castrado violentamente), se combinan los métodos revolucionarios bolcheviques, con elementos reaccionarios, como la capacidad de organización del Ku Klux Klan.
Esta conspiración estará financiada a partir de un secuestro, luego con la proliferación de prostíbulos, y todo se orientará a la elaboración del gas (hay todo un tratado científico en la novela para la fabricación de fosgeno) que acabaría con la inmensa humanidad. Pero contradictorios o escindidos en esencia, solo queda el fracaso.
Los personajes son intensos: además del Astrólogo, está Erdosain, quien será el encargado de fabricar el gas mortal, termina asesinando a su amante para imitar un relato que había leído y luego se suicida; el Rufián Melancólico, el proxeneta que financiará la sociedad secreta, y otros. Todos son entrañables aunque a todos les defina el espanto.
Al Arlt se lo acusó de escribir mal, con faltas ortográficas y sintácticas. Él lo sabía: “Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia”.
La obra de Arlt se resiste a la canonización a la que se lo ha sometido. El mundo del delito siempre ejerce un atractivo en la literatura. Así, Arlt tiene muchos seguidores. Y Juan José Saer, otro gran escritor argentino, advierte que se tiende a instaurarlo como “justificativo de la inepcia y la ignorancia”, pero que serán “refutados por la propia obra de Arlt”.