La arquitectura es un elemento esencial de los máximos eventos deportivos mundiales: los Juegos Olímpicos que se desarrollan en Río de Janeiro y culminarán el 21 del corriente son un ejemplo fidedigno.
La metrópoli carioca, considerada por muchos como la ciudad más hermosa del mundo, se preparó a conciencia para recibir a los miles de atletas y turistas del mayor evento deportivo del orbe.
10 escenarios habilitados para esta cita deportiva son una amalgama de funcionalidad, estética y adelantos tecnológicos. Parte sustancial de sus diseños fue volverlos lo más sostenibles posible: es decir, que puedan autosolventarse y sean amigables con el ambiente.
Un ejemplo de este avance tecnológico es el Estadio de Canotaje Slalom. Este reducto futurista tiene 25 millones de litros de agua distribuidos en dos canales en forma de correntadas: uno para las pruebas, de 250 metros; y otro para entrenamientos, de 200 metros. Es tecnología modo ‘galáctico’.
Pero no todo lo que brilla es diseño y tecnología.El problema es que estas megaobras son imposibles de realizar sin ingentes inversiones económicas. Inversiones que ocultan bajo las rutilantes fachadas la disparidad que existe entre los diferentes sectores de la sociedad. Y que han generado muchas protestas de los cariocas.
Los memes y los ‘post’ de las redes sociales se han encargado de relievar esa desigualdad económicosocial: con los pobres mirando desde las favelas -o sea desde bien lejos- lo que sucede en los estadios.
La pregunta cae de cajón: ¿qué tan conveniente es invertir en esos proyectos -que pueden convertirse en elefantes blancos- cuando existen otras necesidades urbanas imperiosas como la falta de vivienda digna, de hospitales, de escuelas…?