Religiosas ecuatorianas hacen misión en Kenia

Las hermanas misioneras ayudan en la escuela primaria a niños, jóvenes y adultos. Foto: Cortesía Javier Carbo/Aztivate ONG

Las hermanas misioneras ayudan en la escuela primaria a niños, jóvenes y adultos. Foto: Cortesía Javier Carbo/Aztivate ONG

Las hermanas misioneras ayudan en la escuela primaria a niños, jóvenes y adultos. Foto: Cortesía Javier Carbo/Aztivate ONG

Tres misioneras ecuatorianas llegaron hace 14 años a uno de los lugares más olvidados del mundo: Turkana, Kenia. No es un lugar accesible; hay que volar a Nairobi, la capital, y luego tomar una avioneta hacia la localidad de Lodwar, noroeste del país. A partir de ahí se debe continuar por tierra -pese a que no hay carreteras- seis horas más, a través del desierto.

Las hermanas Olinda, Ana y Ligia tienen a su cargo a 2 000 niños y 600 adultos mayores del pueblo turkana. En este lugar el hambre mata anualmente a miles de personas.

Las misioneras entregan alimentos, medicina y educación a los niños. Con ayuda de organizaciones como la Fundación Pablo Horstman y Aztivate ONG han logrado financiar las iniciativas para mejorar la calidad de vida de la población.

En una conversación con el presidente de Aztivate ONG, Javier Carbo, la hermana Olinda describió que cuando llegaron la situación era terrible. “Los niños morían por desnutrición en cualquier parte, por no tener absolutamente nada qué comer. En las épocas más duras de sequías he visto cómo las madres ‘alimentan’ a sus pequeños con una especie de papilla hecha de tierra y agua”. Su testimonio está guardado en un documento escrito por Carbo, donde narra sus vivencias en este lugar.

Con el pasar de los años lograron construir un pozo de agua y un centro nutricional. Los turkana dejaron de ser nómadas y se asentaron en los alrededores, con la promesa de las hermanas de que recibirían alimento para sus niños. Luego se construyeron más pozos y centros distribuidos por toda la zona nororiental de Kenia.

Cuando llegaron las misioneras no hablaban inglés, el idioma oficial. Enseguida empezaron a aprender la lengua turkana para poder comunicarse con la población. Hoy gozan del cariño de los habitantes del lugar, pues con su trabajo han logrado salvar la vida de muchos niños. Pero aún queda mucho trabajo por hacer.

El principal problema es la malnutrición severa, que afecta principalmente a los pequeños. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud mostró que en Turkana, el 84% de los niños tenía algún tipo de malnutrición. En el centro nutricional todos los niños son valorados en estatura, peso y tamaño de sus extremidades. Con el abdomen hinchado por los parásitos, muchos niños también mueren por causa de deshidratación y diarrea. Pero no son los únicos.

Por las condiciones económicas y la falta de alimentos, las familias abandonan a los ancianos a su suerte. Los familiares se ven obligados a escoger entre darles el poco alimento a los niños o a los adultos mayores.

Las misioneras rescatan a las personas y las devuelven a sus familias o buscan hogares de adopción y les proporcionan alimento para su cuidado.

En uno de los viajes que realizó Carbo con sor Olinda, se encontraron a una persona de la tercera edad bajo un árbol. Llevaba semanas caminando, buscando alimento y se había rendido, solo estaba esperando que le llegara la muerte.

Cuando llegaron, la hermana Olinda lo inscribió en un libro que registra a todas las personas que pueden acceder a un poco de alimento. El libro, describe Carbo, tiene una lista interminable de nombres. La palabra “muerto” aparece junto a varios de ellos. Este libro puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

En los últimos años, el Gobierno ha puesto escuelas primarias cerca de los centros nutricionales construidos por las hermanas. A los 7 años de edad, salen de allí y van a la escuela. Se busca que tengan una mejor suerte que sus padres.

Uno de los problemas es la alta tasa de natalidad. Las mujeres tienen entre 8 y 10 hijos. Ellos saben que al menos la mitad va a morir de hambre. De los restantes, si hay mujeres pueden casarlas muy jóvenes, para conseguir una dote.

Los hombres pueden ayudar con el ganado. Si todo sale bien, uno de sus hijos podrá ir a la escuela secundaria y tener un mejor trabajo para mantener a sus padres. Para los turkana, tener muchos hijos es un símbolo de riqueza.

Ahora, gracias al trabajo de las hermanas, más niños tienen probabilidades de sobrevivir. Pero aún todos los días fallecen niños por desnutrición. Las hermanas de la Orden de las Misioneras Sociales de Loja tienen su hogar muy lejos del Ecuador. De hecho, cuando Carbo le preguntó a la hermana Olinda cuándo va a regresar al Ecuador ella respondió: “Mi destino está en manos de Dios, pero mi corazón está aquí, con los pobres, este es mi hogar”.

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