Quito dibuja su mapa de patrimonio sonoro

La Banda San Lorenzo de Guayllabamba forma parte de este registro patrimonial.

La Banda San Lorenzo de Guayllabamba forma parte de este registro patrimonial.

La Banda San Lorenzo de Guayllabamba forma parte de este registro patrimonial.

Los Jahuay son cantos rituales vinculados con las cosechas de trigo y cebada. El único lugar en el que se los realiza, dentro del Distrito Metropolitano de Quito, es en la población de Aloguincho cerca de Puéllaro.

Este ritual musical, que tiene un probable origen precolombino, forma parte de las más de 100 manifestaciones sonoras que componen el Proyecto de Registro del Patrimonio Sonoro de Quito, que fue impulsado por el Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP).

En este trabajo se incluyen 29 manifestaciones dancísticas musicales, tres cantos rituales, 27 bandas de pueblo, dos copleros, 16 manifestaciones musicales de música sacra, siete lauderos, 21 instrumentistas, 13 registros organológicos de instrumentos musicales tradicionales y nueve ensambles de música tradicional.

Juan Carlos Franco, director del proyecto, aclara que en este trabajo se abarcó cerca del 80 por ciento de todas las manifestaciones sonoras que podrían ser consideradas como patrimoniales dentro del Distrito Metropolitano.

Para levantar esta información se realizaron talleres en las administraciones zonales. En estas reuniones se invitó a los actores vinculados con el tema de patrimonio sonoro y se armó un calendario que incluía las actividades musicales ligadas al quehacer religioso, festivo y cívico de la ciudad.

Dentro de este registro se incluyen proyectos como el del ensamble Capella Aeqvator. Un grupo de formación e interpretación histórica especializado en investigar y ejecutar obras de autores de regiones europeas e hispanoamericanas, que van desde el siglo XV al siglo XVIII. Para sus interpretaciones, este ensamble, utiliza réplicas de instrumentos antiguos construidos por el laudero Norberto Novik.

Entre los registros de este proyecto también está el de Julio Andrade, uno de los pocos músicos vivos que conserva los secretos de la guitarra criolla o guitarra quiteña. Un instrumento cuya ejecución está ligada a la música popular ecuatoriana. Andrade es heredero musical de Segundo Guaña, uno de los guitarristas más destacados del país.

Lo sonoro no solo puede ser visto como una expresión musical -dice Franco-, sino también como algo que está vinculado a los rituales. Con este criterio se incluyeron registros de la Yumbada, de Cotocollao; la Yumbada, de El Inca; a los Yumbos Blancos, de San José de Conocoto; las Morenadas, de La Merced; los Aruchicos, de Puembo y los Danzantes de monedas, de Cocotog.

Entre las parroquias con más expresiones sonoras patrimoniales que se encontró, según el registro, están las de Itchimbía (17); Cotocollao (12); Mariscal Sucre (10); y en las parroquias que son parte del Centro Histórico, 15.

Para que todas estas expresiones que fueron registradas y mapeadas se conviertan en herramientas para generar políticas públicas que sirvan para salvaguardar el patrimonio sonoro se pensó en la creación de una fonoteca distrital.

La creación de esta fonoteca -dice Franco- es importante, porque en ese espacio se pondría en valor toda esta serie de manifestaciones sonoras. Se establecería un lugar de encuentro para investigadores que estén interesados en la música patrimonial y se tendría un espacio para investigar todo lo que está en situación de riesgo.

Una de las expresiones sonoras que están a punto de desaparecer son las Mashallas: cantos rituales de matrimonio usados por varias culturas indígenas de la Sierra. Desde hace algunos años en las comunas indígenas de Llano Grande, Llano Chico, Cocotog y Zámbiza este ritual se mantiene vivo gracias al músico Miguel Ángel Muzo.

A la situación de las Mashallas se suma la de los Mama Pingulleros, Mamacos y Mamacos Tamboneras, nombres con los que se conoce a los músicos que ejecutan el pingullo y el tambor o caja.

El conocimiento para ejecutar estos instrumentos se pasa por herencia familiar. El problema -dice Franco- es que ahora los hijos ya no quieren aprender estas tradiciones.

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