Lucía Durán, en las escaleras que conducen a una pequeña terraza de su casa, ubicada en el Centro Histórico de Quito, desde donde goza de una vista privilegiada de la ciudad. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
En tiempos en los que las noticias de la protesta ya no son un rumor lejano u ocasional, sino una presencia -física o virtual- permanente, las palabras de Lucía Durán otorgan un orden a esa maraña de consignas, marchas e indignación que lo cubre casi todo.
¿Qué opinas de esta aseveración: si no es vehemente, no es protesta?
Creo que la protesta, tal como la entendemos en América Latina, ha sido muy visible, muy potente, plagada de consignas, muy corporal también. Es la masa, la multitud, estos cuerpos en movimiento y la euforia colectiva. Esa ha sido nuestra forma, no como las protestas que se ven en otros sitios: silenciosas, pacíficas.
¿Solo protestando se cambia un statu quo?
Cuando uno mira la experiencia del Ecuador, ve que todos los logros sociales, que cada derecho en este país ha sido conseguido a través de grandes luchas y movilizaciones sociales. Hay, por supuesto, la posibilidad de transformar las cosas vía incidencia política; el trabajo de las organizaciones no gubernamentales y de las organizaciones sociales ha sido también muy relevante para poner en el debate público ciertos temas. Pero la gran mayoría de logros se canalizan, se hacen visibles y audibles a través de las luchas que finalmente se hacen cuerpo en la calle.
¿La protesta a veces es más una catarsis, ya sea personal o colectiva, que una vía real de solución?
Cuando uno mira los levantamientos del movimiento indígena de 1990 y de 1992 en el Ecuador, ve que esos levantamientos no son marchas sino procesos, que finalmente se visibilizan en el espacio público pero que vienen de décadas atrás, de otro tipo de luchas. Y uno se pregunta si eso hubiera sido posible sin esas tomas de lugar, o sea sin la apropiación de los lugares de poder. Sin una toma de Congreso, sin una toma de Santo Domingo…
¿Esto de ser protestones es consustancial a nuestra calidad de occidentales/andinos/ecuatorianos?
Cuando uno mira las sublevaciones coloniales, ve que el siglo XVIII es el siglo de las sublevaciones en el Virreinato y hay una constancia en las formas de protesta que se daban en ese sistema esclavista. Porque incluso en esos sistemas tan represivos siempre hay formas de resistencia que son visibles, audibles, masivas, que se dan en el espacio público, que subvierten el orden, que amenazan, y al mismo tiempo hay formas pequeñas de hacerlo. Hay una autora, Nancy Fraser, que habla de los pequeños actos de resistencia.
¿Como cuáles?
Hay formas de poner el pie metafóricamente. Es decir, siempre, el subalterno va a tener pequeños actos de resistencia frente a quienes detentan el poder y la hegemonía. Se ha estudiado mucho cómo se canaliza esa rabia, esa humillación, esa situación de subalternidad: puedes explotar en la calle, pero también puedes tener pequeñas prácticas.
Como boicotear.
Sí, hacer pequeñas tomas, negociar los precios, dar cierta información y no otra…
Decir que sí vas a hacer algo y luego no hacerlo.
Exacto. Permanentemente las sociedades andinas han tenido estas prácticas de negociación, de escamoteo.
¿No sientes que las mujeres aplicamos mucho las pequeñas resistencias en este sistema injusto?
En las relaciones domésticas eso es muy patente. ¿Cómo hace la mujer para con pequeños gestos generar una mini-
economía que le permita tener autonomía? Lo hemos hecho las mujeres y las poblaciones campesinas, indígenas o afro a lo largo de la historia. No existe forma de dominación absoluta y la protesta tiene maneras de canalizarse, pacíficas, aguerridas o pequeños actos cotidianos que dicen: “no te das ni cuenta pero te estoy fregando”.
¿Cuándo se vuelve inútil la protesta?
Yo creo que la protesta, cuando viene de procesos sociales y tiene que ver con derechos, con cuestiones que afectan la vida de las mayorías siempre es necesaria y digamos que el efecto puede ser mayor o menor. Y el efecto concreto que tiene toda expresión de protesta cuando se da en el espacio público es la visibilización. O sea, el proceso es performativo: tú marchas como una forma de protestar y al mismo tiempo te construyes como sujeto político en el acto de marchar.
¿Qué nos ha hecho, al sacarnos del espacio físico, la posibilidad de la queja/protesta virtual y permanente en redes sociales?
Ahí estaríamos hablando de luchas que se canalizan por distintos dispositivos. Uno puede ser el cuerpo: me pinto; soy mujer, me desnudo, pongo una consigna sobre mi cuerpo y salgo a la calle. La otra opción es: pongo #NiUnaMenos en mi perfil y voy viralizando un tema. Creo que son diversas las formas y diversos los públicos; son complementarios.
¿Cuál es el rasgo más valioso de la protesta?
Creo que ese acto de salir, de poner tus pies en la calle, de gritar por horas, de solidarizarte con otros es único.
Y hace comunidad.
Sí, y no en el sentido carnavalesco. No estamos hablando ni de tu equipo de fútbol ni de lo religioso. Hay un sentido político en el que los ciudadanos todavía, sin sánduche ni cola, salen a las calles. Esas protestas son una maravilla.
¿Puedes encontrar un rasgo negativo?
Si fuera municipalista, diría que los grafitis, ¿no? (sonríe). Que es de lo que al día siguiente siempre se quejan.
Porque aseguran que daña el patrimonio.
A ver, el grafiti político aparece en Pompeya. O sea es una práctica humana consistente a lo largo de la historia, es una forma de expresión esto de tomarse una pared y hacer público un discurso.
También está la violencia que el cuerpo colectivo puede ejercer en el espacio.
Sí. Pero los espacios han sido permanentemente subvertidos a lo largo de la historia. Es decir, los espacios son transformables. Que se raspe un poquito del adobe, que se ponga un grafiti sobre una pared a mí me parece que es secundario. Hay una primacía de lo social frente a la arquitectura monumental. Y por supuesto que hay protestas que terminan en violencia, que terminan en muerte, hay gente que se inmola. Claro que hay formas de protesta que sí son violentas. Yo no creo que esa sea la experiencia ecuatoriana en general.
Este año se cumplen 50 años de esa protesta enorme que fue Mayo del 68, ¿qué nos dejó?
Yo creo que Mayo del 68 nos dejó estas protestas masivas, juveniles… Ahí el grafiti jugó un papel impresionante. O sea fue la grafiteada de París lo que dejó el sentido de la marcha. Y nos dejó la imposibilidad de dar por sentadas las verdades que hasta ese momento eran fijas y estables. Es decir, no hay más posibilidad después de Mayo del 68 de afirmar con certeza nada ni en el campo político ni en el intelectual. En las Ciencias Sociales se generó una debacle, entró la crisis de la representación, y ya hablar por el otro no es posible.
También se entienden distinto los afectos…
Claro, los afectos. Se empezó a hablar del cuerpo, a sentir; a deconstruir a ese hombre occidental, cartesiano, patriarcal. Todo eso entró en crisis y quedamos en un momento de arenas movedizas, en el que seguimos hasta ahora.
¿Hacia dónde crees que nos está llevando la protesta de las mujeres, que es tan visible en este momento?
El objetivo es avanzar en derechos, ¿cierto? Estas marchas, movilizaciones, discursos, luchas, disputas que se dan desde Hollywood hasta tu casa ya son cotidianas; las mujeres se están siempre rebelando y reconstruyendo su dignidad en los espacios privados. Ese lugar de los derechos, de la igualdad, es al que tenemos que apuntar. Las mujeres sabemos que trabajamos el triple, que ganamos un tercio… Esas situaciones no se pueden seguir sosteniendo.
No puede seguir siendo normal vivir así.
No puede. La violencia de género no puede seguir siendo normalizada. Y este gran debate tiene sus extremos, algunos nos dirán feminazis o dirán que estamos en contra del hombre, porque hay muchas desviaciones del debate… Pero el centro, lo que no podemos olvidar es que es una lucha por derechos no alcanzados. O sea, todavía somos ciudadanas de segundo orden. Yo creo que estos debates van a cambiar a la sociedad y algún rato vamos a llegar a ser iguales.
Lucía Durán
Nació en Quito en 1974. Tiene una licenciatura en Lenguas por la Universidad Católica del Ecuador, una maestría en Peritaje y mediación cultural por la Universidad Paul Verlaine (Francia) y otra en Antropología visual por la Flacso; actualmente está terminando un doctorado en Antropología en la Universidad de Buenos Aires. Es investigadora, gestora y docente universitaria.