El ‘profesor sombra’, soporte de los chicos con discapacidad

Silvia Holguín es docente del Liceo Campoverde, en donde se utilizan equipos para chicos con discapacidad auditiva. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO

Silvia Holguín es docente del Liceo Campoverde, en donde se utilizan equipos para chicos con discapacidad auditiva. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO

Silvia Holguín es docente del Liceo Campoverde, en donde se utilizan equipos para chicos con discapacidad auditiva. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO

Está todo el tiempo detrás del alumno, le acompaña, le brinda herramientas y adapta el currículo junto al tutor. El ‘profesor sombra’ es el aliado del chico con alguna discapacidad. Su objetivo es facilitar el proceso de enseñanza aprendizaje de esos estudiantes.

Los psicólogos y practicantes de esta rama o de Educación realizan esa tarea en planteles privados de Quito. En los fiscales la situación es diferente, ya que no es posible hacer un trabajo uno a uno.

José Ricardo tiene 11 años y le diagnosticaron epilepsia generalizada. Su enfermedad le impide aprender al mismo ritmo de chicos de su edad, por lo que estudia junto a una ‘profesora sombra’ en un establecimiento privado regular.

El número de estudiantes con discapacidad insertados en el sistema regular aumentó en los últimos tres períodos. El año anterior ingresaron 21 902 alumnos. Esto es 10% más que en el ciclo 2014-2015, cuando hubo 19 905, según el Ministerio.

Si se compara la cifra de alumnos con discapacidad del año pasado con el total de estudiantes a escala nacional (4 409 841), no llega al 1%.

La obtención de un cupo en un establecimiento regular no es fácil. Así lo recuerda Lolita Fernández, madre de José Ricardo, para quien esa búsqueda fue “un calvario”.

De los 10 planteles que visitó solo uno recibió a su hijo. Ninguno - dijo - contaba con lo necesario para aceptarlo. En el colegio actual, por ejemplo, dieron la autorización para que Lucía Benavides y Jennifer Villareal, psicólogas, trabajen cerca del niño.

La primera es docente sombra y la segunda coordina las adaptaciones curriculares. El programa está dividido en tres partes: dentro y fuera del aula cerca de José y tiempo sin él. Depende de la asignatura.

El primer punto se trabaja dentro de la clase en las horas de lengua, literatura o matemática. Benavides le enseña a leer o escribir. El año anterior, el niño logró escribir su nombre y hacer un dictado simple.

La segunda parte de las adaptaciones se desarrolla fuera del aula. En inglés, la docente sombra refuerza la lectoescritura y el cálculo básico. José Ricardo logró sumar y restar operaciones de un dígito.

La tercera es la inclusión con chicos de su edad. Arte, música, educación física son las asignaturas ideales para que el alumno se integre y comparta con sus compañeros, explicó Villareal. “El acompañamiento es básico para su avance”.

Desde el 2015, el Ministerio de Educación incorporó un acápite específico en la planificación microcurricular del docente. En este se deben especificar las adaptaciones curriculares que necesitan los estudiantes según su grado de necesidad educativa. Entre ellas, discapacidad intelectual, visual, auditiva, motriz y autismo.

Para Nascira Ramia, directora de programas de Educación de la Universidad San Francisco de Quito, la inclusión educativa en el país está todavía “en pañales”. Si bien - señaló- hay una normativa legal, no se cuenta con profesionales capacitados para una atención individual o personalizada.

Hasta el momento se ha dado prioridad a adaptaciones físicas como la colocación de rampas para personas que usan sillas de ruedas, pero falta trabajar la parte curricular.

“El currículo, actualizado en 2016, es más flexible pero aún los docentes no saben qué hacer con estos estudiantes”.

El Ministerio, por ejemplo, ha capacitado en tres años a cerca de 106 296 profesores.

El trabajo con chicos con discapacidad requiere un informe del Departamento de Consejería Estudiantil (DECE) o de la Unidad de Apoyo a la Inclusión (UDAI), según explicó Miriam Solís, rectora de la Unidad Educativa San Francisco de Quito (norte de la urbe).

En este plantel fiscal, hay cerca de 100 estudiantes con necesidades educativas especiales en dos jornadas. La tercera semana de septiembre Nelly Pinos comenzó su clase con la letra ‘m’. Pidió a sus alumnos que dijeran palabras como mamá, manzana o mano e hizo dibujos en el pizarrón.

Mientras el resto de niños hacía lo mismo en sus cuadernos, ella ayudaba a Alexander, quien tiene una discapacidad intelectual del 30%. Ese acompañamiento es parte de su metodología. El reto es que, poco a poco, él trabaje solo.

La clase de Pinos, que cuenta con 40 estudiantes, está dividida en dos: con los niños regulares se avanza con sílabas y con Alexander, nociones y colores.

Ella, además, trabaja en la relación del niño con sus compañeros. Ellos respetan y cuidan al pequeño.

En otros cursos de esta institución hay más chicos con necesidades educativas especiales. Valentina tiene discapacidad auditiva y utiliza un audífono. Pese a ello, la docente Nelly Peralta siguió la recomendación del DECE: ubicar a la niña en la primera fila.

En el Liceo Campoverde, cerca de Nayón, se optó por comprar un equipo de transmisión para atender la necesidad de un niño con discapacidad auditiva. El aparato tiene un micrófono para la docente y un audífono para el alumno. Esto le ayuda para la participación en clase. Las practicantes también trabajan con cada chico. Así, en este y otros centros, se concreta la integración.

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