La peluquería de en frente del Colegio Montúfar, en el sur de Quito, aumentó su clientela esta semana. Varios estudiantes de ese plantel tuvieron que buscar de prisa un lugar para cortarse el cabello. Ese es uno de los requisitos básicos para matricularse.Sebastián Guevara, alumno de noveno de básica, asistió con terno de parada. Su cabello, peinado hacia atrás con gel, le creció durante las vacaciones. “Llegué ayer en la noche de la playa y no tuve tiempo de cortarme”. Apenas pudo zafarse las trenzas que se hizo durante el viaje.
Cuando llegó a la puerta de la oficina donde se recepta la matrícula, los inspectores le advirtieron que se “haga el pelo”. Rápidamente salió con su madre para buscar una peluquería. La única abierta era ‘Evolución’, donde Carmen Fajardo, propietaria, terminaba de cortar -con una máquina- el cabello de Kevin Castillo, otro estudiante.
Este joven, en cambio, mostró su descontento ante la medida. Él no llevaba el cabello largo, sino que tenía un estilo corto, pero poco convencional.La rectora del plantel, Fanny Rodríguez, argumentó que no es una obligación. “Más bien les motivamos a que luzcan debidamente cortados el cabello”. Ante el uso de aretes en los alumnos, explicó que es “dañino para su salud”, porque se perforan incluso en puestos ubicados en las esquinas del plantel.
“Exponerse a eso un MH (Montúfar Honor) no tiene sentido. Cuidar la presencia significa mucho para el colegio”.
Pese a que el Ministerio de Educación (ME) no precisa un reglamento sobre el aspecto de los estudiantes, los planteles lo hacen en sus estatutos internos. Durante la semana de matrículas, en planteles como el Montúfar, el Mejía y el Luis Napoleón Dillon, se observó esto.
La directora provincial de Educación de Pichincha, Norma Alvear, señaló que incluso solicitar a los alumnos que acudan uniformados a la matrícula es una “arbitrariedad”. Agregó que estas prohibiciones están en las leyes internas.
En el 2007, el ME redactó un código de convivencia, en donde se especifica que se debe respetar la individualidad de los estudiantes. Pero en el momento de la matrícula, llevar un ‘look’ diferente resulta un problema.
El jueves pasado, los rostros de preocupación en los estudiantes del Colegio Dillon eran notorios. Padres e hijos formaban una larga fila para llegar hasta los escritorios de matriculación. Allí, los inspectores revisaban que el pantalón de los chicos les quede en la cintura y que la falda de las chicas esté abajo de las rodillas.
Si algún alumno incumplía la norma, no podía acceder a la matrícula. El inspector general del plantel, Patricio Mayalita, explicó que los alumnos de tercero de bachillerato son los “más reacios a cumplir estas normas”.Parado frente a los estudiantes, Mayalita pedía que hombres y mujeres se abran la chaqueta para verificar que la falda y el pantalón estén en la cintura.
Ante esa exigencia, Marisol Azuero llevó a su hija a un extremo del coliseo para bajar el dobladillo de su falda. Mientras la descosía la prenda, decía estar de acuerdo con la medida. “Está bien que les revisen, porque hay unas chicas que tienen la falda muy alta y se les ve todo”.
Otras jóvenes encontraron una salida diferente. Cuando una pasaba la revisión, salía al baño para prestarle la falda a su compañera, siempre y cuando le quede más larga, y así matricularse.
Este tipo de medidas disciplinarias genera debate entre inspectores y alumnos. “Es un problema por el que todos pasamos. Estas reglas resultan absurdas porque no se respeta la personalidad de cada chico”, opinó Joffre Vélez, del Consejo Consultivo de la Niñez y de la Adolescencia. La idea, dijo el joven, tampoco es que el colegio se convierta en un centro de “anarquía total”.
Según la psicóloga María Belén Andrade, es vital poner límites en la época de la adolescencia, lo cual provoca cierto grado de rebeldía. “Pero si se prohíbe algo, siempre es bueno decirles por qué”, explicó. Agregó que las normas son una manera de tenerles controlados.
El rechazo a estas reglas de disciplina tiene su base en la Constitución, señaló Ana María Acosta, de la Fundación Regional de Asesoría en Derechos Humanos (Inredh). Explicó que la Carta Magna habla del acceso a la Educación sin discriminación de ninguna índole. En el caso de los jóvenes indígenas, “pedirles que se corten el cabello sería como negar su cultura”, concluyó.