La piedra de los sacrificios, encontrada en Puná, fue para uso ritual
La piedra ceremonial tiene dos reptiles tallados en alto relieve. Foto: Joffre Flores/EL COMERCIO
La piedra pesa casi cuatro toneladas, mide dos metros y medio de diámetro y fue labrada con utensilios de metal por los punaes, un grupo perteneciente a la cultura Manteño-Huancavilca (500 d. C. al 1 530 d. C.).
La roca de conglomerado marino, con restos de conchas adheridas a ella y dos reptiles tallados en alto relieve, fue descubierta en 1904 en el sector de Campo Alegre de la isla Puná, en el Golfo de Guayaquil.
La pieza es la obra megalítica más importante del Museo Municipal de Guayaquil y domina la entrada a su sala prehispánica.
La primera de las figuras talladas es claramente un cocodrilo. La segunda se supone que es un camaleón.
En base a la interpretación de la obra las ‘Décadas de Indias’, del cronista español Antonio de Herrera y Tordesillas (1549– 1626), se considera que sobre la piedra se ejecutaban sacrificios humanos.
La talla del cocodrilo presenta en el lomo un orificio a manera de recipiente y un canal para que el hilo de sangre de los sacrificios se deslizara hasta el extremo de la cola, donde se presume era recogida.
“Los punaes se enfrentaban en batalla con los tumbesinos para defender territorio. Una vez que los tomaban cautivos, se acostaban sobre la piedra, en el costado del cocodrilo, la cabeza sobre el orificio. El chamán cortaba la cuello y bebía la sangre del guerrero”, describe Vanessa Ycaza, guía del lugar.
Tenían la creencia de que el beber la sangre los hacía más fuerte y de que evitaban así la reencarnación del guerrero enemigo, agrega la guía de la sala prehispánica.
En el México precolombino, los aztecas usaron monolitos similares, entre ellos una gran escultura circular con grabados, llamada Piedra de Tízoc.
Eduardo Matos, experto en escultura monumental mexicana, publicó, en el 2010, estudios apuntando que la Piedra de Tízoc fue dañada para reforzar los reportes sensacionalistas aztecas.
Sostiene que el agujero y el canal que servían supuestamente para que corriera la sangre fueron tallados tras la conquista, descartando que sirvieran para sacrificios.
Las obras megalíticas se consideran también monumentos a las conquistas y victorias militares de los monarcas de turno.