Vecinos se unen para cuidar y alimentar a perros callejeros en Quito

Alberto Gordón, residente en el condominio Isla Jardín,  es uno de los vecinos que cuida a Huesos, Moncho y Señorita. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO

Alberto Gordón, residente en el condominio Isla Jardín, es uno de los vecinos que cuida a Huesos, Moncho y Señorita. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO

Alberto Gordón, residente en el condominio Isla Jardín, es uno de los vecinos que cuida a Huesos, Moncho y Señorita. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO

Huesos adquirió este nombre por el estado físico en que llegó hace seis años al que ahora es su hogar. La cachorra vivía en la calle hasta que un día ingresó al condominio; al verla, los vecinos decidieron unirse para cambiar su vida.

Así empezaron a brindarle todos los cuidados para que su estado de salud mejorara. María Vinueza, vecina del condominio Isla Jardín, cuenta que se organizaron entre todos los hogares y de esa forma recaudaron fondos para llevarla al veterinario y a la peluquería. Después de su primer celo la esterilizaron.

Era importante que se operara, explica Vinueza, ya que no es común que las personas los adopten y de no realizarse la intervención más perros podrían ser abandonados en la calle.

También conocida como ‘rubia’ o ‘suca’, por el color de su pelaje, Huesos se convirtió en la mascota de la urbanización. Alberto Gordón, otro vecino, explica que la perrita acompaña al guardia en sus paseos nocturnos y es “la vigilante” del lugar. Cuando la escuchan ladrar, saben que algún extraño está cerca. Además, en el exterior de las casas colocan recipientes con comida y agua para que Huesos pueda comer.

Ella no es la única mascota callejera. Señorita es otra perrita que fue acogida por los vecinos, incluso, fue adoptada por Cecilia de Auquilla, quien permite que duerma y sea su compañía dentro del hogar.

Ahora, la nueva colecta que van a realizar entre los habitantes del condominio es para Moncho, el perrito que llegó hace dos meses.

Él todavía se encuentra en su proceso de introducción y socialización, explica Vinueza, ya que no permite que lo carguen o le toquen sus patas, porque, al parecer, fue víctima de maltrato. Es por eso que a Moncho todavía no pueden bañarlo y pasa recostado en las áreas verdes del condominio. Con algunos vecinos, que le dan de comer, se ha familiarizado y ahora permite que lo acaricien.

También incentivan que socialice con los otros perros del barrio, especialmente con Huesos, quien le enseñó a dar los paseos nocturnos junto a ella. Los vecinos esperan en poco tiempo poder llevar a Moncho al veterinario ya que ha dado señales de mejoría desde que llegó.

Lo más importante en el caso de los perros callejeros, considera Vinueza, es demostrarles todo el cariño que las personas están dispuestas a darles.

Romeo es otro can que se encuentra en medio de un proceso de adaptación. Este animal llegó hace un mes al conjunto Los Sauces, donde habita Patricia Romero, en el norte de Quito. Al principio acudía solamente por las noches, pero desde que empezaron a dejar platos con comida, el perro empezó a acudir en las mañanas.

Con sus vecinos más cercanos hicieron una colecta de dinero y le construyeron una pequeña casa para que pueda dormir. El perrito poco a poco empezó a acercarse a las personas, aunque todavía se asusta fácilmente.

Para el veterinario Leonardo Arias, lo más importante es que las personas tengan “mucha paciencia” y que permitan que los perros se tomen el tiempo y el espacio que necesiten para que, poco a poco, se adapten al nuevo hogar. En la mayoría de casos, los animales callejeros han sido víctimas de maltrato, abandono o situaciones traumáticas; por lo que se mantienen en un estado de alerta y de defensa.

Acciones que parecen inofensivas, como utilizar la escoba para barrer o acercarse rápidamente al animal, pueden asustarlo y motivar a que reaccione agresivamente. A medida que los canes sientan que están en un territorio seguro, lo superarán.

Si la mascota es adoptada entre varias personas, explica Arias, el proceso de adaptación será más rápido ya que el perro se acostumbra a estar rodeado de gente y de otros de su especie.
“Es lo positivo de las adopciones entre vecinos”, sostiene el veterinario, además de compartir las responsabilidades incentivan el desarrollo emocional de los perros.

Para los vecinos no hay mejor recompensa que ver a los perros mover su cola o permitir que los acaricien como signo de agradecimiento, mientras comparten los espacios de sus viviendas colectivas.

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