Los lugares donde se abandonan más perros en Quito

Encontrarse perros callejeros en las calles de Quito no es extraño. Se estima que más de 300 000 animales deambulan por las calles buscando comida y agua para sobrevivir, pero lo preocupante es que la mayoría de estos animales tuvo familia alguna vez.

Así lo reconocen las organizaciones de rescate animal que trabajan de forma voluntaria para erradicar este problema y dar una vida digna a aquellos que no tienen voz.

El abandono ocurre en varias circunstancias. “Doy perrito de raza grande en adopción porque a donde me voy a vivir no me dejan tenerlo”, dice un anuncio en una página de Facebook.

Como este caso hay varios, comentan los rescatistas. “La gente no se hace responsable de los perritos y no piensan en el futuro. Esto sucede principalmente cuando las familias no tienen casa propia”, explica Camilo Ramírez, director de Acción Animal Ecuador.

Otra de las razones es el alto costo de manutención de las mascotas. Las visitas al veterinario para vacunas, desparasitaciones, tratamientos médicos por enfermedades, comida, aseo, educación y más se deben cubrir al momento de decidir tener una mascota.

Sin embargo, no todos los dueños se hacen responsables de manera integral y muchas familias deciden despedirse de sus perros y gatos. La Comisión de Salud del Concejo Metropolitano ha identificado cuatro tipos de abandono en distintos sectores del distrito.

En los barrios periféricos del sur oriente, sur occidente, centro oriente y nor occidente existe un tipo de callejización de las mascotas. “La mayoría de perros que están en las calles pertenecen a familias pero durante el día pasan fuera y en la noche los meten”, explica el concejal Mario Guayasamín, presidente de la comisión.

El problema de este tipo de abandono es que al estar fuera todo el día existe una reproducción descontrolada que aumenta la cantidad de perros en las calles. Tampoco hay una adecuada identificación y los animales pueden perderse, pese a que hay una norma que lo requiere.

Carolina Redín, fundadora de ENDA, también concuerda con esta información. “Generalmente recibimos denuncias de la parte sur de Quito, Pomasqui, Calderón y Carcelén”, dice.

El segundo tipo de abandono es, probablemente, uno de los más crueles y ocurre en el anillo vial periférico de la ciudad. La avenida Simón Bolívar, la autopista Manuel Córdova Galarza, la Mariscal Sucre y últimamente la Ruta Viva son escenarios de abandono a diario.

Las personas llegan en sus vehículos y dejan a sus mascotas a un lado de la vía. Estos animales deben caminar varios kilómetros para encontrar agua y comida y una gran parte de ellos muere por atropellamientos.

Los que sobreviven permanecen a los lados de la vía, sin poder alimentarse ni protegerse y fallecen a los pocos días. Los que tienen más suerte son rescatados y algunos no pueden volver a caminar.

Luego, está el abandono en espacios públicos urbanos como plazas y parques. El Panecillo, el Parque Metropolitano Guangüiltagua, La Carolina, el Parque Inglés y el Parque Las Cuadras son puntos donde las familias llevan a sus mascotas supuestamente para pasearlos.

“Les sueltan la correa, se esconden y se van”, indica Guayasamín. Como no pueden volver con sus dueños, permanecen en el parque esperando que alguien los ayude. Ellos sobreviven con la comida que les da la gente que visita esos lugares.

En estos puntos también se dan casos de mascotas extraviadas que no tienen identificación y no pueden regresar a sus hogares. En el caso del Parque Metropolitano de la Guangüiltagua, el Municipio piensa que es el primer punto de abandono en la capital.

“Allí se formó la primera jauría de perros en estado feral”, comenta. Este estado, no es de salvajismo sino de independencia. Los animales se mantienen por sus propios medios y comen lo que encuentran.

En las zonas rurales se vive una realidad distinta. En estos lugares los perros no se consideran mascotas sino animales de servicio. Dan seguridad a la comunidad y cuidan los cultivos de los pobladores.

Se han planteado varias soluciones al problema de los perros callejeros; sin embargo, Guayasamín considera que el eje debe ser una política pública integral. “Tenemos solo dos inspectores de fauna urbana y las organizaciones están rebasando su capacidad de atención”, concluye.

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