La nueva novela de Cornejo Menacho es un recuento de la lucha por el poder en un país ficticio pero real. Foto: Archivo
El oficio de Diego Cornejo Menacho como escritor no se discute. El de periodista de sólidos cimientos y carrera consecuente, peor. El de acuarelista de pincel transparente, tampoco.
Hecho hombre entre cuartillas y tintas con plomo, Cornejo aprendió a tomarle el pulso al país gastando suela y, posteriormente, encaminando a sus dirigidos a no malgastar sus zapatos en coberturas inútiles ni fuera de lugar; enseñando a los ‘comunicadores’ a su mando a ‘oler’ donde se cocina la noticia y a ‘comer cuento’ lo menos posible, lo que es más común de lo que parece en este mundo golondrina.
Hacia el 2006 ya pergeñó sus primera novela, ‘Gato por liebre’, que delineó el sólido escritor que se avecinaba. ‘Miércoles y estiércoles’ confirmó las perspectivas y ganó el Premio Nacional Joaquín Gallegos Lara del 2008, entregado por el Municipio de Quito.
‘Inés Aranda’ es su más reciente novela y se publicó hace poco. También es editada por Paradiso Editores, al igual que sus anteriores producciones. Es una novela negra, intrincada y violenta; un apasionado relato del desamor más radical y de la ambición más consumada.
Es una apología de la lucha por el poder. Lucha cruenta y sórdida que se libra desde todos los frentes: desde el dominio del país hasta los lances de alcoba, con los consiguientes vencedores y vencidos, muchos de estos monigotes inocentes de ese macabro juego.
Con gran habilidad, en ‘Inés Aranda’, el autor mete todos los huevos en la misma canasta: el poder omnímodo, el contrapoder más desgastado o utópico, la sumisión más abyecta, el odio visceral, el amor gratuito, el amor vendido; el imperio de todos los sentidos, incluido el erotismo más racional y la pornografía menos racional.
En apenas 217 páginas, Cornejo degüella la realidad de Pecueca, la capital de Taguagoto, un país inventado cuyas peripecias parecen copias al carbón de muchos que del mundo han sido… y son en la actualidad.
Es un relato vibrante, raudo, sin concesiones. Escrito con verticalidad, precisión y amenidad. Una narración donde prevalecen dos personas arquetípicas: Inés Aranda, la periodista ética, ‘intensa’ y forjada a la vieja usanza; y Máximo Urdemales, el pequeño –de estatura- dueño de Taguagoto, ambicioso y capaz de todo, hasta de matar para mantener el statu quo diagramado por él.
En el medio danzan, como corifeos, los personajes que acompañan a los protagonistas hasta el impensado pero predecible final. Están Virginia Bull, la amante desaparecida de la periodista; doña Frine, la esposa del todopoderoso que hasta le pelea ‘las conquistas’ de amor; Domingo, el primo oboísta que crea sinfonías en el cuerpo de la comunicadora; Lobo, un catedrático surrealista que aúlla en la cueva de Inés por una sola noche; don Gonzalo, el dueño de Telecanal…
Lo curioso es que tanta urdimbre nace de un hecho común en Taguagoto: un hombre colgado de uno de los árboles del Parque de Octubre. Una suerte de ‘suicida’ con el que se topa Inés Aranda, mientras realizaba su trote matutino. El resto lo irán descubriendo paulatinamente mientras leen la novela.