A cuentagotas iban apareciendo relatos en el blog de la escritora Marcela Ribadeneira desde hace algunos años.
Por el rigor con que usaba cada palabra, colocada como quien tiene que cortar el cable preciso de una bomba, era imposible pedir una producción más numerosa. Writing is rewriting dicen los manuales gringos y, en aquellos textos, la tarea de purificación era notoria.
Basta ver la escasez de adjetivos o la austeridad de lo arbitrario, lo que no excluye –ni mucho menos– a la subjetividad como motor. Matriokas, una recopilación de veinticuatro piezas de ese blog, es ya la quinta obra que publica la editorial guayaquileña Cadáver Exquisito, la segunda sobre narrativa –anteriormente ya lo había hecho Gabriela Alemán– y la primera de Ribadeneira.En uno de los mejores relatos, “La constelación de la clepsidra”, Nataniel empieza una tarea casi alquímica: busca detener el paso del tiempo a partir de la construcción de castillos de naipes. Para ser exactos, no busca detenerlo, sino crear microconstrucciones que puedan vivir fuera de él.
Este personaje un poco antisocial usa el cuadro Relatividad del grabador holandés M.C. Escher como mapa para armar sus monumentos de cartones con brillos, reinas, corazones negros y rojos.
La imagen de Relatividad muestra personas sin rostro, subiendo y bajando gradas, en lo que sería arquitectura paradójica: los muñecos ascienden o descienden, van hacia la izquierda o hacia la derecha, dependiendo del plano desde el que se lo mire. No existe una fuerza, como la gravedad, que esté constantemente sometiendo las cosas a un orden predefinido.
Y aquí hay una clave para entender, no solo este, sino todos los relatos que componen Matrioskas: aunque Marcela Ribadeneira usa a M.C. Escher como referencia de un personaje suyo, los relatos de su opera prima no buscan lo mismo que el autor de Relatividad. Ahí donde el holandés mostraba únicamente juegos visuales, Ribadeneira logra dotar de humanidad a unos relatos que huyen de la experimentación en sí misma.
“La constelación de la clepsidra”, por ejemplo, deja de ser una mera ciudad milimétrica de naipes para convertirse en unas hebras rojas de bufanda que llevan a Nataniel a descubrir la verdadera manera de eternizar el instante. También sucede, por ejemplo, con el relato que da título al libro, “Matrioskas”, que se trata de una mujer que quiere arrancar, con el dolor que esto conlleva, todas las capas que la asfixian –maquillaje, bronceado, recuerdos– para llegar a la libertad de su yo esencial.
Pero, otra vez, al final nos encontramos con el giro que huye de la frivolidad. “La anulación del ser es el único vehículo para anular el peso de la existencia”, dice, cuando la protagonista se deshace en un nuevo dilema que es tan grave como el anterior.
El olvido nunca será una tarea sencilla. Ribadeneira, tanto en los cuentos largos como en aquel que apenas dura una línea, infunde alma en donde otros se contentan con un laboratorio de barajas, con juegos intelectuales, con gradas en distintas direcciones que no van hacia ningún lado.Por otro lado, “Dazed and confused”, junto a relatos como “Velorio”, “Toque de queda” o “La memoria está casi agotada.
Elimine algunos mensajes”, muestran el caos afectivo en el que estamos sumergidos, lleno de sensaciones desechables que no se deciden entre el mundo real y el mundo digital. También, detrás de muchas piezas de Matrioskas, hay un interrogante por lo natural, no en el sentido paisajístico de una arcadia, sino por lo originario, por los clásicos elementos fundamentales de la naturaleza: fuego, tierra, agua, aire.
El relato “Soft focus” bien podría llevar un subtítulo que diga “Tratado sobre la luz”. Incluso, en el cuento “La cicatriz invisible”, Ribadeneira propone una alternativa a la creación del Universo a partir de una Gran Guerra entre aquellos elementos, de lo que hoy solo nos quedaría la herida: ese horizonte terrestre que es un muro de contención, la huella del primer declive.