Algo no anda bien con la cabeza de Erick. Una y otra vez, el doctor Morfino analiza minuciosamente las radiografías del pequeño, ocultas bajo su cama. Hasta que de repente atina con el diagnóstico. “Claro, aquí está. ¡Usted tiene un brócoli!”.
Entonces el lugar se llena de carcajadas y el ambiente cambia en una de las salas del pediátrico Roberto Gilbert, en Guayaquil. Cada sábado por las mañanas, un grupo de peculiares médicos recorre los pasillos con trajes fosforescentes y narices rojas. Llevan muñecos en lugar de inyecciones. Sus maletines están llenos de sorpresas y chillones sonajeros. Improvisan entretenidos diálogos que hacen olvidar cualquier diagnóstico, al menos por un rato.
“Trabajamos con la risoterapia, con la improvisación y el juego —dice Mirlay Duque-. Partimos de lo que tenemos en el entorno hospitalario porque eso nos ayuda a dejar magia en el lugar”. Mirlucha —como la conocen cuando se pone su nariz de plástico— es una de las coordinadoras de Pura Risa, payasos de hospital. Este programa de voluntariado empezó hace seis meses y es parte de las estrategias implementadas por la Inspectoría de Innovación y Satisfacción del Paciente de la Junta de Beneficencia de Guayaquil.
Mirlay y su esposo, Zonny Paruta —el doctor Morfino— son venezolanos. Se conocieron hace más de seis años en un programa similar.
Paruta trabaja como médico residente en el hospital Luis Vernaza, pero también es formador de payasos de hospital. Después de asistir a un curso de entrenamiento de una semana, 21 voluntarios recibieron sus mandiles blancos marcados con el caricaturesco logotipo de Pura Risa. Ellos son parte de la primera generación de payasos hospitalarios, quienes han recorrido los demás centros de la Junta de Beneficencia.
Por el Roberto Gilbert pasan más de 90 000 niños cada año. Pero en el área de hospitalización, el llanto se diluye cuando estos voluntarios entran con sus enormes zapatos de hule y sus multicolores tutús.
Lady Papa y Tomata formaron la dupla que intentó aliviar a Jostin, un pequeño de tres años que ingresó por un tratamiento contra la pulmonía. Le cantaron, le lanzaron una lluvia de burbujas, le lanzaron besos mientras el niño estaba ligado a un suero, aferrado a Jenny Mosquera, su mamá.
Los payasos de hospital trabajan en equipo. Recorren de dos en dos las salas (cada una con unos 20 pacientes) e interactúan frente a cada camilla por unos 10 minutos.
La risoterapia estimula el sistema nervioso, que en respuesta libera endorfinas. Estos neurotransmisores pueden actuar sobre el sistema inmune y aportan al alivio del dolor. “No sé los términos médicos, pero sí sé que hemos tenido resultados”, cuenta Mirlay mientras continúa con su terapia.