La selva es la farmacia de Santa Ana

El guía Byron Noteno es una de las personas que constantemente se sumerge en la selva. Él controla, además, que no haya tala del bosque, pesca y caza furtiva en el área. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO.

El guía Byron Noteno es una de las personas que constantemente se sumerge en la selva. Él controla, además, que no haya tala del bosque, pesca y caza furtiva en el área. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO.

El guía Byron Noteno es una de las personas que constantemente se sumerge en la selva. Él controla, además, que no haya tala del bosque, pesca y caza furtiva en el área. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO.

El agua cristalina se sumerge río adentro, abrazando las riberas del Jardín Botánico Yawa Jee (Casa de los animales y los niños de la selva, en idioma shuar).

En esta reserva, de 360 hectáreas, se inicia el recorrido del afluente que da vida a decenas de especies de aves y animales que habitan en esta extensa área protegida localizada en Puerto Santa Ana, parroquia Madre Tierra, en el cantón Mera (Pastaza).

La zona fue declarada, por el Ministerio del Ambiente, ­Jardín Botánico en 1997. La caza, la pesca y la tala están prohibidas y son controladas por los habitantes shuar y kichwas que habitan en la zona.

Cada una de las familias cuenta con sus huertos para la producción de yuca, verde, fréjol y otros productos que sirven para su alimentación y comercialización en las ferias, que se realizan cada 15 días, en el sector de Santa Ana.

Los nativos lo conocen como el santuario para el avistamiento de loros, monos, tucanes, tapires y otras especies de animales.
Además, es la farmacia natural del pueblo y el sitio acude David Moya, un nativo que conoce los secretos de las plantas medicinales.

Una variedad de especies arbóreas, vegetales y medicinales se encuentran en esta reserva, de 360 hectáreas. También hay especies como loros, monos, saínos y otras. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO.

Él aplica sus conocimientos para curar la inflamación de ovarios, riñones, vejiga y otros, a través de recetas y brebajes que ofrece. Esos conocimientos los absorbió de sus abuelos y padres, quienes eran los sanadores.

Mientras se recorre la selva, una espesa hojarasca, similar a un colchón, cruje al romperse las ramas y hojas secas a cada paso que da un grupo de exploradores. Ellos decidieron recorrer este espacio verde cubierto por la espesura del bosque que regala a los sentidos una mezcla de colores, texturas y aromas que se esparcen.

Camuflados entre las ramas y hojas de los inmensos árboles, que pueden llegar a medir hasta 30 metros, se movilizan silenciosos pequeños animales como gusanos, saltamontes, arañas, tarántulas...

Todo depende de la época del año, la tonalidad de la vegetación puede variar y dejar a la vista impresionantes paisajes, similares a obras de arte. El olor a hierba húmeda, a madera y los aromas de las flores que emanan, despiertan los sentidos de los caminantes.

Moya y Byron Noteno son los guías que se internan en la espesa selva. Mientras caminan hacen un alto para trasmitir sus conocimientos sobre los beneficios de las plantas que aparecen a cada paso (el 60% son medicinales). La más interesada en conocer es la turista Zoila Quito, que llegó de la ciudad de Ambato. Está acompañada de su amiga Magdalena Cruz y sus dos hijos, Martín de 8 años y Alonso de 6.

Las cuatro asociaciones de Puerto Santa Ana trabajan en el turismo comunitario. Muestran las artesanías en cerámica, bailes tradicionales, caminatas en la selva y platos típicos. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO.

El silencio, solo interrumpido por el viento, el crujir de las ramas o el sonido de las especies que lo habitan, como las cigarras,
acompañan en todo el recorrido, que tarda más de dos horas. El esfuerzo tiene su recompensa: ante sus ojos está la cascada Churu Yaku.

Los nativos la denominan así, debido a que en el sitio encontraron una serie de caparazones de caracoles gigantes. Es el momento de refrescarse.

Zoila se adentra a la parte central de la caída de agua fría, que no va mal a los 28 grados de temperatura que soportan.

Moya cuenta que las aguas diáfanas de este lugar se juntan con otras fuentes y de esa unión nace el río Santander, que baña toda la región. Este alimenta del líquido vital a una parte de las comunidades Yacu Runa (Hombre del Agua), Sinchi Warmi (Mujeres Fuertes), Bosque Protector y Yawa Jee que trabajan en un proyecto de turismo comunitario.

Antes de iniciar la caminata ofrecen a los visitantes un pilche de chicha de chonta, una bebida de color amarillo fermentada entre uno y dos días. También hay de yuca. María Santi, vecina de la comunidad, prepara y ofrece a los visitantes que llegan al pueblo, habitado por 6 000 personas. “No es para emborracharse, solo para calmar la sed”, dice a modo de broma, refiriéndose al aplastante sol de la mañana que hace sucumbir al más fuerte.

Esta reserva es visitada por los estudiantes de la Universidad Central del Ecuador, que ayudan en la investigación de la flora y fauna en la reserva, para mantenerla protegida.

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