Pablo Picasso junto al cuadro ‘Retrato de Olga en un sillón’ en el que aparece Olga Khokhlova, su primera esposa. Foto: AFP
La vida de Pablo Picasso siempre estuvo marcada por una serie de contradicciones. Una existencia en la que, por ejemplo, su genio y sensibilidad para mostrar al mundo el horror de la guerra convivieron con su ferocidad contra las mujeres.
Por estos días, esas paradojas, a ratos incomprensibles, se han hecho visibles a través de dos muestras: ‘Piedad y terror en Picasso: el camino a Guernica’, que se exhibe en el Museo Reina Sofía de Madrid; y ‘Olga Picasso’, que está expuesta en el Museo Picasso, de París.
La vida de Olga Khokhlova, bailarina rusa de la compañía de Serguéi Diáguilev y la primera esposa del artista malagueño, es una de las pruebas del espíritu misógino del autor del ‘Guernica’.
Khokhlova estuvo en la vida de Picasso, de forma ininterrumpida, desde 1917 hasta 1935. Años en los que su existencia sufrió un permanente deterioro emocional debido al maltrato físico y a las infidelidades de su esposo.
¿Cómo entender ese afán destructivo que Picasso tenía hacia las mujeres? Una de las pistas está en la biografía escrita por la autora griega Arianna Stassinopoulos. En este libro se cuenta un pasaje de su adolescencia. Picasso tenía 13 años y su hermana Conchita, una de las personas más cercanas y queridas de su vida, fallecía de difteria. Durante el período de enfermedad, cuenta Stassinopoulos, Picasso encomendó la vida de su hermana a la divinidad. Después de su fallecimiento -dice-, Dios se convertiría en la fuerza maligna que mató a Conchita. La génesis de su amargura tenía cuerpo y rostro de mujer.
Los retratos de Khokhlova que se exhiben en la muestra ‘Olga Picasso’ grafican la manera en la que funcionó, a lo largo de toda su vida, -hasta convertirse en una especie de modus operandi- el desprecio que sentía por las mujeres.
‘Retrato de Olga en un sillón’ (la imagen que ilustra esta nota) es una de los cuadros icónicos de los primeros años del matrimonio entre Khokhlova y Picasso. La Olga retratada, a finales de la segunda década del siglo XX, es una mujer llena de vida. Su mirada penetrante y su largo cuello contrastan con la imagen de ‘Olga pensativa’, donde aparece con rostro perdido, sumida en un mundo lleno de trazos grises.
Cundo Picasso pintó ‘Olga pensativa’, Khokhlova ya tenía que lidiar con la presencia de Marie Thèrése Walter, una adolescente de 17 años, que según se cuenta en el libro de Stassinopoulos, llegó a aceptar prácticas sádicas, que incluían quemaduras en el cuello con cigarrillos.
Los últimos retratos de Olga que pintó Picasso muestran el proceso antropofágico al que llevó a su esposa. Las imágenes de Olga leyendo o sosteniendo en su regazo a Pablo, su primogénito, fueron sustituidas por seres de rostros deformes y cuerpos mutilados.
En el libro ‘Picasso y las mujeres’, la autora española Paula Izquierdo sostiene que a Picasso las mujeres le producían un entusiasmo inicial que despertaba su creatividad, pero cuando la relación decaía la imagen de la mujer retratada se deterioraba hasta convertirla en un esperpento. Lo que pasó con Khokhlova se repitió con Francoise Gilot, la única mujer que lo abandonó y a la que, al final de su relación, pintó con el rostro partido.
Gilot se ha convertido en una de las fuentes más fiables de la misoginia de Picasso. A ella se suman personas que estuvieron en su entorno más cercano como su chofer y gente de su servicio doméstico.
Gracias a estas fuentes, Stassinopoulos descubrió que una de las mujeres que más había sufrido la misoginia de Picasso fue la fotógrafa surrealista Dora Maar. La violencia sexual que el artista ejerció con Dora llegó a extremos inimaginables. “En muchas ocasiones la dejaba inconsciente en el suelo después de golpearla”, cuenta.
Por su parte, Bernardo Laniado-Romero, historiador del arte de origen ecuatoriano y exdirector del Museo de Picasso, de Barcelona, sostiene que es lamentable que, en las últimas décadas, se hayan publicado un sinnúmero de apreciaciones reduccionistas que limitan la obra del artista a etiquetas y que evitan ver con profundidad la obra de este pintor. “Picasso, a lo largo de su larga carrera artística, se centra en la representación del cuerpo de la mujer. Su obra incluye todo tipo de temas, pero es este el que ocupa un altísimo porcentaje de su producción. No es de sorprender que sus múltiples experimentaciones con la representación de la realidad estén centradas en el cuerpo femenino”, sostiene.
La misoginia de Picasso no es un caso aislado en el mundo del arte. Nombres como los del escultor y poeta estadounidense Carl Andre suena con fuerza al momento de abordar este tema. Andre fue el esposo de la cubana Ana Mendieta, una de las artistas que mejor ha usado su cuerpo como herramienta de protesta contra el poder.
Este artista fue detenido y acusado por el asesinato de su esposa, quien cayó por la ventana de su casa ubicada en el piso 34 de un edificio, en Nueva York.
Hasta hace algunos años, hablar de la misoginia en el arte era un tabú. Este silencio quizá responda a la mitificación que la sociedad contemporánea ha hecho de grandes pintores como Picasso. Las investigaciones de Izquierdo y de Stassinopoulos y la muestra ‘Olga Picasso’ han abierto la posibilidad de ampliar la lectura sobre la obra de este autor: Una obra que también puede ser vista como el diario de vida de su misoginia.