“Estoy obligado a perdonar al otro niñito y empezar a quererlo. Mi hijo no tenía rencor con nadie. Y al niñito le digo que te voy a empezar a querer de a poco, y tal vez te llegue a amar. Anda tranquilo”.
Éste fue el mensaje que Pedro Apablaza le envió –en el funeral de su hijo–, al compañero de colegio que empujó al pequeño Benjamín, de 9 años, provocando que éste cayera y se enterrara un lápiz en el ojo, lo que finalmente derivó en su deceso.
El trágico hecho, ocurrido la semana pasada en el colegio Rafael Valentín Valdivieso, de Recoleta, trajo una vez más a los medios el debate sobre el bullying o acoso escolar.
Sin embargo, cuando casos como éste reviven la discusión el foco se suele poner en los menores agredidos, sin considerar que los niños agresores también pueden llegar a ser víctimas.
¿Qué motiva a un niño a agredir a sus compañeros? ¿Es culpable? ¿Cómo tratarlo? El psicólogo de la Universidad Católica y doctor en Educación, Christian Berger, señala que “en general los niños que son agresores no tienen mucha consciencia del daño que hacen y no anticipan las consecuencias (de sus actos)”.
Los niños agresores también habrían sufrido violencia
“Muchas veces los adultos atribuyen intención al niño, de que tiene ganas de hacer sufrir al otro, pero en general lo que dicen los psicólogos es que no es así”, apunta.
Indica que lo que sí se ha estudiado en los niños agresores es que éstos “tienen menores competencias psicoafectivas, como la empatía y la capacidad de anticipar las consecuencias (de sus acciones)”. “Son niños que no hacen una buena evaluación de las consecuencias que puedan tener sus conductas”, explica el experto.
A esto se suma otro importante antecedente. Según indica el psiquiatra infanto-juvenil de la Clínica Psiquiátrica del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, Dr. Alejandro Maturana, estudios afirman que la mayoría de los agresores son niños que probablemente han tenido la experiencia de haber padecido bullying en el colegio y violencia intrafamiliar.
“Pueden sufrir dinámicas de violencia no explícitas en que la familia solucione sus dificultades a través de conductas agresivas y probablemente son familias que hacen que el chico vaya modulando sus conductas o construyendo un repertorio de resolución de problemas a través de conductas agresivas”, señala. Así, “por un lado son victimarios, pero por otro lado la mayoría de ellos tiene antecedentes de haber sido víctimas”.
De ahí que el rol de los adultos, las familias y las autoridades escolares resulta clave para detectar y prevenir estos hechos. Pero esto no siempre ocurre. De hecho, los padres de Benjamín dicen que advirtieron a las autoridades del establecimiento de las agresiones físicas y verbales que sufría su hijo, pero que en el colegio no tomaron medidas.
Según datos de la Superintendencia de Educación Escolar, entre enero y mayo de este año se han recibido 1.526 denuncias por maltrato al interior de los colegios, cifra que representa un aumento de 24,6% respecto del mismo periodo del año pasado.
Qué hacer cuando el desenlace es trágico
El psicólogo Christian Berger enfatiza que es muy complejo buscar soluciones cuando ya se ha producido el daño. Por eso es tan importante actuar antes de que sea tarde.
No obstante, frente a consecuencias fatales producto del bullying escolar, se torna muy importante el trabajo y manejo que se tenga con el menor que ha sido el agresor.
“El gran problema es que cuando sucede algo de esta gravedad, por una parte no hay reparación posible, y por otra los agresores son sindicados como ‘niños malos’ y se les atribuye que lo hicieron a propósito. Entonces quedan sin posibilidad alguna de reparar este daño y tampoco de sacarse esta etiqueta que les ponen”, dice el psicólogo.
Por esa razón, indica que es muy importante “ayudarlo a manejar la culpa, ya que es un niño que va a sentir mucha culpa”. “Si un niño piensa que es una mala persona es muy difícil que pueda construir una identidad positiva”, explica.
Un paso en ese sentido puede ser ayudarlo a “buscar maneras, aunque sea de forma indirecta, de poder reparar lo que se pueda reparar”. “Lo importante es que se le pueda dar alternativas para integrar esa equivocación en su proyecto de identidad”, explica.
Respecto de si es necesario cambiar al niño agresor del colegio, Berger señala que “si es posible redefinir esas dinámicas de abuso en dinámicas sanas e interpersonales, que se quede en el colegio. Pero si no es posible, el costo es muy importante para todos”. “De todos modos, hay que entender que el cambio de colegio no es una solución, sino una oportunidad”, afirma.
El Dr. Maturana añade que, en este tipo de casos “lo más probable es que el agresor, si tiene un desarrollo moral adecuado para su edad, probablemente sus conductas van a entrar en una fase de reflexión y arrepentimiento”.
Aunque también “hay un número de chicos que traen estas conductas agresivas desde la infancia y han ido modelando su aparato mental desde una perspectiva de validación de la violencia, desde una dinámica bien psicopática de poder rebajar o descalificar al otro, con un desarrollo moral más deficiente. Entonces ahí hay una gran dificultad para que el chico pueda comprender y empatizar”.
Ambos especialistas coinciden en que es necesario tratar estos temas abiertamente en la comunidad escolar, junto con los apoderados y los propios compañeros de curso, y que no se forma una “ley del silencio”, que puede llevar a que los demás alumnos también se sientan cómplices.
“Si había bullying antes de eso los demás niños también lo saben y como nadie hizo nada para frenarlo también se van a sentir culpables de lo que pasó, y lo importante es que los adultos del colegio y los padres le den espacio a esa culpa, poder escucharla, conversarla y que el niño pueda hablar sobre eso (…) El trabajo debiera ser con todos porque éste no es sólo un problema individual”, sostiene Berger.
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