Aunque parece una contradicción, ecológico, sostenible, sustentable o autosuficiente son calificativos de última generación que definen viejos conceptos y maneras de vivir.
Todos tienen que ver con la armonía del hombre con la naturaleza, con el equilibrio del hábitat humano con el entorno natural. Y son aplicadas cada día en una singular tipología: la casa autosustentable.
Esta vivienda busca ese equilibrio y algo más: lograr utilizando recursos naturales, ecológicos y reutilizados que la inversión en la construcción resulte ventajosa; es decir, que los costos por mantenimiento, servicios básicos y confort sean menores que los de un inmueble tradicional.
Para lograrlo no se necesitan tecnologías sofisticadas como la domótica; los ecoarquitectos se valen de herramientas tan comunes como el reciclaje, el autoabastecimiento y la microsiembra. Y usan sistemas como las usinas (horno más un sistema de purificación tipo alambique), los cultivos verticales hidropónicos y los invernaderos caseros para tener agua pura, calefacción, agua caliente, alimentación sana.
Obviamente, una vivienda de este tipo se levanta con materiales acordes. Por eso, las cañerías y revestimientos son fabricados con plástico reciclado de la basura clasificada; los paneles para cubiertas y paredes son hechos con restos de envases tetrabrick o tetrapak (latas de cerveza o gaseosas, cartones de leche), las maderas de desecho sirven para mesas, puertas y cielos rasos; y hasta las botellas de PET levantan muros ornamentales no portantes.
Casas de este tipo ya funcionan en los valles de Tumbaco, Los Chillos, Nono, Pacto, Mindo… hay empresas que fabrican materiales de este tipo. El camino está trazado.